Que David Cronenberg haya decidido hacer una película sobre la tempestuosa relación entre Sigmund Freud y Carl Jung es una buenísima noticia para todos aquellos que gusten de la intensidad en una butaca. Si a esta hoguera de intensidad le añadimos a Viggo Mortensen y a Michael Fassbender no queda más que dejarse abrazar por las llamas.
David Cronenberg decidió dar un giro a su carrera con Una historia de violencia, con el inicio de su relación profesional con Viggo Mortensen. Quizá estemos ante un Cronenberg más lúcido, más maduro, más certero. Su historia de violencia gana peso con cada visionado, apartada de cualquier exceso artificial, funciona de una manera cerebral. En la misma línea, aunque con menos peso, Promesas del Este.
Son dos películas especialmente duras con una puesta en escena sobria y elegante, como un cuadro a punto de venirse abajo en cualquier momento debido, como indicaba en el arranque de esta precrítica, a la intensidad. Cronenberg ya no se va por las ramas y consigue apretar al espectador con fuerza, atornillarlo a la butaca.
No tengo más que ganas en ver el duelo interpretativo entre Mortensen y Fassbender. Este último está ganando muchos enteros con sus últimos films: Malditos bastardos, X-Men: primera generación o Shame.
Cierra el clásico triángulo la siempre interesante Keyra Knightley.
Para cerrar el apartado de intereses, quédense con que el guionista es Christopher Hampton, ganador de un Óscar por Las amistades peligrosas y que ha sido el responsable de los libretos de Expiación o de El americano impasible. Muy interesante.
Me da miedo que la película se pierda en el interés de darle importancia al personaje de Keyra Knightley en detrimento del debate, de la intensidad.