Sleeping beauty es la típica película que aspira a mucho pero que al final defrauda por pretenciosa. Esto en mí no provoca rechazo, al revés, equivocarse tratando de innovar es el primer atisbo de éxito a largo plazo. Sin embargo, un público que trata de saciar su apetito curioso por la película, participante en Cannes, al que no dejó indiferente para bien y para mal, puede que se muestre decaído tras comprobar que ni el sexo, ni la mirada perversa lo son para tanto.
El morbo en la prensa de ver en la dirección a la novelista australiana de The hunter y Disquiet, ha logrado también expectación en demasía para una película que se dejará ver y comprobar, pero que pincha, y esto no va a evitar que me atreva con ella. Con la excusa muy literaria de una comparativa con el clásico de La bella durmiente llevada a la quinta esencia querrá entrar en caminos groseros del ser humano a ritmo de, dicen, banda sonora imitadora de película evocadora que todos hemos visto del mejor director de cine, Stanley Kubrick.
La atmósfera será importante, los momentos en los que tenga decidir si reírme o inquietarme también, y el intento, como he escrito antes ya un es un logro para conmigo, aunque no aplaudo mucho después. Seguiré los pasos de este osadía y su creadora, Julia Leigh.
Una cambiada Emily Browning, Super Punch, es la protagonista, pero esto no es importante, su desnudo parece que sí, el mundo de las portadas lo necesita.