Hoy en día, la inmensa capacidad de las herramientas digitales permiten que un ferviente aficionado de la ciencia ficción o de la fantasía se lo pase bomba recreando mundos futuros o imaginarios, que se permita dar rienda suelta a todo tipo de homenajes, remixes y virguerías varias. Claro que esto lleva a que una película como esta pueda salir adelante con un guión de lo más precario. Antes se lo tenían que pensar dos veces antes de gastarse los dineritos.
La estructura narrativa está completamente desequilibrada, dejando para la recta final todo el contenido importante de la trama y convirtiendo los tres primeros cuartos de la película en un aburrido transcurrir de tópicas investigaciones con soplones de usar y tirar y mucha brutalidad policial simplona. Mi interés no empezó hasta que el protagonista pierde la memoria, y ya no quedaba mucho pescado por vender.
Lo irreal en esta película no es tanto el planteamiento imaginario sino las situaciones sin demasiada coherencia que hay a lo largo de todo el film. Ni las situaciones en sí tienen coherencia ni mucho menos la actitud de los personajes. En general, una falta absoluta de talento narrativo llevan a esta película al desastre.
El quid de la cuestión no puede estar más desaprovechado, no se le saca ningún jugo. Cualquier satisfacción intelectual queda aplastada por una gris sucesión de peleas de diseño. El final, que poca sorpresa nos provoca ya a estas alturas, no sirve demasiado a la reflexión aunque pueda pretenderlo.
Me quedo con el traveling de la persecución en el taller, más por la complejidad que por el efecto visual que pueda tener. Aceptable realismo en la ambientación, aunque a veces se quede un poco pobre. Los intérpretes son carismáticos, pero sus personajes son tan torpes que no sirve de mucho.
El director, Julian Leclerq, apunta maneras, a pesar de que haya recurrido a la clásica fotografía de postproducción con tonos pálidos. Me interesaré levemente por su próximo proyecto, pero en esta ocasión considero que ha sido un fracaso.