Que difícil es encontrar ciencia ficción espacial de esta categoría y sobre todo, que gratificante. Entre tanto tenemos que contentarnos con peliculillas cutres como Horizonte final de Paul W. S. Anderson hasta que un día nos llega una joya así.
El film se puede definir, un poco a brocha gorda, como un cruce entre 2001, odisea en el espacio y Alien, con un argumento y rigor más cercano a la primera y un nivel de acción más propio de la segunda. Pero naturalmente, para bien y para mal esta película es diferente a ambas. Ni tiene la atmósfera claustrofóbica de Alien ni la coreografía aséptica de 2001. Danny Boyle elige su propio estilo, uno que le es bastante familiar, con la experimentación que película tras película le sigue haciendo crecer como realizador. Elige un estilo muy de diseño, con grandes ventanales con un agonizante sol al fondo. Elige la luz inundando las estancias, apuesta por los gritos ahogados dentro de un casco asfixiante. Es frío con una deliciosa fotografía más bien cálida.
Aunque pudiera pensarse, la película no se queda en un ejercicio de estilo, en un jugar con fuerzas centrífugas y viajes imposibles. No sólo aborda las dificultades prácticas de una misión de esas características o se relaja imaginando ecosistemas salvajes en naves abandonadas. No. No hay intención de aburrir al público más reacio, así que el guionista, ese Alex Garland que cada día sube más puntos en mi escala personal, decide no dar un respiro al espectador.
Se pone manos a la obra en seguida, errores humanos, locuras, decisiones extremas. Una vez más se juega al fin del mundo, y se juega muy bien, sin saltarse las reglas. Quizá se le puede reprochar que la historia sea necesariamente previsible, las decisiones tomadas por los oficiales se intuyen rápidamente en función de la importancia de los actores y las necesidades dramáticas. Pero esto también forma parte del maravilloso universo de lógica y coherencia que se nos muestra, sin necesidad de la habitual fantasía final. Un guión perfectamente medido que saca el jugo a cada situación para obtener el mejor conflicto dramático posible.
A ello ayudan especialmente los intérpretes. Todos ellos están en su punto con especial mención a Cillian Murphy, que atesora momentos impagables como ese en el que él es el elegido para sobrevivir al cambio de nave y aguanta el gesto sereno y expectante mientras se produce la discusión. Como digo, todo el equipo está en su punto.
Un guión impecable con una dirección absorbente. El abordaje de la nave con los flashes de rostros y sangre es soberbio, el público no pudo evitar revolverse en sus asientos. La aparición del perturbado y algo chamuscado pasajero es escalofriante, como casi todos sus planos fabulosamente inquietantes. Si acaso se excede el director en llevar su estilo a la misma película, donde a veces las simulaciones por ordenador o los videos dentro de la historia comparten el estilo visual, algo que no tiene demasiado sentido y chirría un poco. Un defecto completamente admisible dentro de esta maravillosa dirección decidida, valiente y agresiva.
Sobre todo, una película bellísima. Lo más gratificante que he visto en mucho tiempo.