Babel es una buena película, pero le encuentro varios problemas difíciles de pasar por alto. El primero es que Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arriaga pretenden construir pequeñísimos dramas a partir de piezas breves y separadas (sólo al final vamos encontrando los finos hilos que las unen); esta fórmula es radicalmente opuesta a la de 21 gramos, donde centraban su mirada en las distintas aristas de un mismo y gran drama.
Eso hace que a menudo tengamos que presenciar escenas de dolor y sufrimiento sin realmente conocer a fondo los personajes que los están padeciendo. El ejemplo más claro es la brusca y repentina conversación con que nos presentan al matrimonio americano (Brad Pitt, Cate Blanchett), diciéndonos: algo va mal, están en plena crisis matrimonial, él tuvo la culpa, ¿entendido? Ahora arrancamos. Y, ahora sí, ella recibe el balazo.
En esa tesitura es casi imposible que, al menos alguna de las historias, o al menos algunos momentos, directamente no nos emocionen demasiado. De la misma manera, y siendo justos, tengo que señalar que es especialmente meritorio que muchos otros sí lo hagan, consiguiendo que uno asista acongojado y mudo a algunas de las situaciones que Arriaga e Iñárritu plantean.
Por dividir este escueto análisis en función de las historias, diré que no me interesa demasiado toda la primera parte de la historia de Tokyo. No creo, como dicen algunos, que esté demasiado separada del resto de la obra (simplemente el demencial entorno urbano apoya esa tesis, en el aspecto visual; en lo temático nada más lejos de la realidad), pero ciertamente no llegó a interesarme hasta que los agentes de policía hacen su entrada en la historia. Aún así tiene momentos bellos y un final muy acertado... salvo por esa música machacona que lastra la sutileza de las imágenes.
La historia de México es, de largo, la más floja. El interés de algunas de las otras historias, para colmo, acentúa la pobreza de simples secuencias de bailecitos y festejos, seguidas por las desventuras de esa abuela estúpida que a cada paso que da mete más la pata. Todos sabemos dónde va a acabar y, aunque ya intuímos que los niños son hijos de quien son, la mejor escena de esta historia pertenece a otra: esa en que Brad Pitt habla con ellos desde el hospital (volvemos a escuchar la conversación) y no puede contener el llanto.
El segmento protagonizado precisamente por Pitt (mi aplauso; está enorme, mejor que nunca, ha crecido definitivamente como actor) y Cate Blanchett (una actriz como la copa de un pino) es, para mí, el mejor. Es realmente emotivo. Es directo. Y tiene las dos mejores escenas de la película. La primera, desde luego, es aquella en que Pitt ayuda a su mujer a orinar mientras la abraza y la besa. Me recordó a la curiosa anécdota que contaba a menudo Hitchcock, recordando una pareja de novios que se dan la mano mientras él mea contra un muro. "Eso es verdadero amor", bromeaba el gordo Alfred. Desde luego, la de Babel es una escena de verdadero amor, poderosísima.
La otra secuencia a la que hago referencia es la evacuación de Blanchett al helicóptero, apoyada en la carga emocional que aporta la pieza sonora que acompaña la escena (extraída, por cierto, de la banda sonora de El dilema). No hay más sonido, apenas. Sólo la música y la manera en que el pequeño poblado se vuelca en la evacuación. Ya, qué bonito, qué idílico, qué maravilloso, dirán algunos. Bueno, puede ser. Yo he visto la película y me lo he creído de arriba abajo. Eso me vale.
Me falta la historia de los niños. Me interesa en su arranque y me gusta también la primera y ruda aparición de la policía. Entre medias y hacia el final la historia pierde fuelle, porque el resultado lo conocemos y Arriaga no aporta aquí, en su guión, ninguna escena de especial relevancia o diferencia. Está claro que su interés está, más bien, en otros lugares.
Babel es un diamante sucio, sin pulir, en bruto. Según lo mires, según lo gires, puede deslumbrarte, pero algunos de sus ángulos están demasiado poco trabajados.