Por fin he visto esa película que, hasta ahora, hacía quedar a mi compañero Hypnos como el crítico clasicón y oxidado que no había sido capaz de disfrutar de la nueva maravilla de Darren Aronofsky y esto y lo otro. Pues no. Que quede bien claro que, al menos, seremos dos.
Para empezar, porque la nueva maravilla de Aronofsky será muchas cosas, pero no una maravilla. Es poco más que una larga paja de dos horas que parte de una interesante premisa argumental, para luego perderse y elaborar el discurso más estúpido que jamás podría haber imaginado en el creador de una película como Pi.
No me cabe en la cabeza que después de presentarnos la lucha contra el reloj de un hombre de Ciencia por vencer al cáncer, el mensajito final sea el de entiende la Muerte y, es más, abrázala, amplía tus horizontes, ve más allá. Sé agua, amigo. ¡Puag! Es el discurso más inmovilista e impermisiblemente peligroso que me he echado a la cara en años. Menos mal que su presentación visual (hablo de toda esa parte tan zen y tan yoga del calvorotas Jackman levitando espacio a través) es tan soberanamente hortera que nadie se lo toma en serio... y así el peligro se diluye.
Así que, aquí y ahora, en pleno siglo XXI, el tema está en comprender que la muerte es lo que es y que es una puertecita mágica que tal y que cual, que el truco es creer en ella como un comienzo, que el truco es ser feliz al morir, que el truco es morir al ser feliz, que el truco es abrir los ojos y decir: ¡ala, una lucecita blanca! No, señor Aronofsky, la esperanza está en esos hombres de Ciencia que sufrirán vidas complejas, tortuosas y -seguro- amargadas, que dedicarán todo su esfuerzo y dolor a dar pasos importantes que nos servirán al resto (egoístas, nosotros) para vivir mejor y seguramente más.
Una lástima, ya digo, porque la premisa inicial es interesante. El médico y su mujer moribunda, y el médico y lo que su mujer escribe y escribió. La toma de esa narración histórica como una trama paralela me parecía un acierto, hasta que uno al final descubre que todo es... poco, muy poco, un suceder de peleas contra indígenas que sólo sirven para que esté ahí la escenita de la muerte del Conquistador, que él mismo es capaz de revertir, pluma en mano (no muere y basta, muere y sigue; qué bonito...) y sobre todo para ese otro cara a cara de Jackman y Weisz.
En definitiva, soy incapaz de entender la larguísima colección de parabienes que algunos de mis compañeros han destinado a la película más chorra que he visto en muchísimo tiempo. Y eso que Aronofsky me parece un tipo interesante y, aquí, a ratos, se empeña en recordármelo, para mi fastidio. El arranque tiene fuerza; sabe poner la cámara donde hay que ponerla, las más de las veces, y la historia central, ellos dos, la investigación médica, está bien llevada. Pero el conjunto final de la película lastra absolutamente todo.
La fuente de la vida es una apuesta incomprensible. Y no es que no entienda la película. Simplemente, no entiendo en qué pensaba Aronofsky. Con razón Brad Pitt huyó del rodaje antes de que se rodara ni una toma.