Tampoco es que los minutos hayan sido demasiado pesados, pero algo sí, ese caballo y caballo y cansado, y hecho polvo y tal. Tampoco es que la historia sea mala, pero es que contada así con cuenta gotas no, sino de un gotón y tira con el final si puedes. Tampoco es que los dos mega protas estén mal, sino que la verdad son carreras con caprichos en medio y este es uno de ellos.
La fotografía, las intenciones de la cámara o el ritmo no son malos, esto es lo que vengo a decir en líneas generales en el párrafo anterior, pero no sublimes, ni siquiera buenos del todo. Manejada la historia con muy poco misterio y mucha ocultación, no es lo mismo, uno termina por desangrarse, como casi el protagonista, intentando ser concienzudo y meterse de lleno, pero no hay alicientes, sino incertidumbres que en realidad son desconocimientos de cuanto les promueve.
Una historia del oeste sin balas, sin agua en las cantimploras, sin caballos, y sobre todo con apariciones estelares en forma de diabólicas alucinaciones, terminan por acabar con la paciencia del aquí escribiente. Y no es pedir mucho al olmo, ni siquiera peras, tan sólo algo de garra, de historia con detalles y matices a los que agarrarse para estar a favor o en contra de uno o de otro. Menos intento de sorprender y más historia de siempre que no da para mucho más, señor guionista.