Crítica de la película Highlander: The Search for Vengeance por Keichi

Kawajiri para videoclub


2/5
13/11/2007

Crítica de Highlander: The Search for Vengeance
por Keichi



Carátula de la película Poderoso caballero es Don Dinero, dice el refrán. Que se lo digan a Yoshiaki Kawajiri, uno de los directores de animación más importantes de las últimas décadas y miembro del más insigne grupo de creativos del anime actual. Que el responsable de obras tan interesantes como Wicked City, Vampire Hunter D: Bloodlust o la aclamada Ninja Scroll haya abandonado su país de origen para venderse al cine de palomitas hecho en America no tenía por que ser a la fuerza algo malo. Pero que lo haya hecho para ofrecernos productos de una calidad tan ínfima como la película que ahora nos ocupa si que es preocupante. Probablemente, después de deleitar al mundo su fragmento Program, para Animatrix, el director se vio atraído por esta nueva industria, llena de posibilidades. Por culpa de ese desliz, perdemos su habitual maestría y nos damos de bruces con un mediometraje estrenado directamente en DVD. Lo cierto es que eso no quiere decir nada, pero visto el resultado uno se da perfecta cuenta de por qué esta película no se ha estrenado en salas comerciales: es claramente cine menor.

A nivel argumental, el film tiene escaso interés. David Abramowitz continúa perpetrando inenarrables guiones para la franquicia de Los inmortales, echando por tierra las escasas virtudes que le quedaban a la entrega original, ya muy maltrecha tras tanta estúpida secuela y serie de televisión. En este caso, se trata de un spin-off del film de Russel Mulcahy, en el que asistiremos a la última venganza de Connor McLeod en un futuro devastado, a la vez que diversos flashbacks nos trasladan a las guerras de la antigüedad. No es un mal punto de partida, pero el conjunto está tan manido que parece más propio de un telefilme que de una gran producción. Los clichés, como los del anciano (un completo enigma) o la rebelión de los desfavorecidos, no faltan y el argumento no tiene ni pies ni cabeza. El desenlace, con esa explicación acerca de la desaparición del virus, provoca la risa en el espectador. Olvidémonos de todo eso. Es la excusa perfecta para pasar a la acción. ¡Pero es que la baza principal de la película también resulta un fracaso! Las escenas de batallas son lentas, sin ritmo, con una música que no les acompaña. Un completo desastre. Hasta llega a hacerse aburrida.

En el apartado técnico encontramos claros y nubes. Uno entiende el por qué si, tras la película, se para a observar los títulos de crédito. Encontramos entre los responsables a estudios tan importantes como Madhouse o Gonzo, mientras que otros tantos desconocidos se ocupan del resto de apartados. El genio de Kawajiri solo se deja notar en los diseños de personajes… y hay que ver lo malos que son algunos de ellos, como los de los niños! Solo parecen cuidados los protagonistas y tampoco en exceso, a excepción de la ninja, muy en su línea. Lo cierto es que el conjunto es una especie de collage de estilos y técnicas de animación sin orden ni concierto del que termina por resultar un paisaje gris y sin personalidad. No hay más que ver el diseño de la Nueva York del futuro. De las voces mejor no hablar. Acostumbrados a las excelencias de los seiyuus japoneses, suenan terriblemente forzadas. Algunos de los dobladores ni siquiera son profesionales, sino responsables del equipo técnico. La música, a cargo de Jussi Tegelman y Nathan Wang, es enlatada y no pega con las imágenes mostradas. En resumidas cuentas, se nota una falta de cuidado alarmante en todos y cada uno de los aspectos técnicos.

No es que los anteriores films de Kawajiri fueran un dechado de virtudes, pero al menos si que representaban uno de los arquetipos del anime japonés, violento y vibrante. Con el traslado, la producción ha perdido su maestría técnica y a raíz de esta perdida no se ha conseguido transmitir tampoco esa serie de bondades. La falta de presupuesto es evidente, pero tampoco el guión -idiota como él solo- o los personajes de tebeo ayudan a levantar el conjunto. Cuando la industria japonesa trata precisamente de superar una serie de clichés y demostrar que su arte es cine con mayúsculas, Kawajiri da un paso para atrás y demuestra que solo es capaz de imitar las peores producciones de los años ochenta con dibujos animados. Eso sí, seguramente dormirá tranquilo pensado en su nuevo proyecto en tierras americanas. Para entonces, su cuenta corriente habrá aumentado en varios ceros más. Quizás a costa de la misma franquicia…




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