No me extrañaría que alguno pensase (quizá una de esas mayorías que gobierna el mundo) que un precrítico es un tío con mucha jeta. Primero, por referirse a su pseudotrabajo con el calificativo de precrítico, como si fuese una subespecie de la crítica o, algo mucho peor, algo diferente a un crítico; segundo, porque son unos tíos muy vagos que justifican con vehemencia su pseudofilosofía cuando lo único que buscan es emborronar bits con información inane; tercero, porque hay alguno de ellos que encima se cree con licencia de snob.
Los que así piensen creo que a estas alturas ya me los habré quitado de encima, y que en este párrafo ya me puedo sentar en círculo con los que me interesan. Lo que más me gusta de ser precrítico es documentarme y descubrir autores nuevos, películas nuevas, obras escondidas.
Me quito la careta, podría decir aquí que el director que dirige esta película que precritico es conocidísimo por mí. Hablo de Koji Wakamatsu, un veteranísimo director nipón que en sus tres primeros años de carrera había dirigido una veintena de películas y que es considerado pionero del género pink eiga, una mezcla de soft porno, trash, melodrama sentimental y crítica política.
Un director del que hablan maravillas de sus películas Go, go second time virgin; Ecstasy of the angels o la más reciente United Red Army. Un director que creó un conflicto diplomático entre Japón y Alemania cuando la Berlinale incluyó en sección oficial su obra Secrets behind the wall, allá por 1965, considerada por Japón como "una vergüenza nacional".
En 2008, la Berlinale le dedicó una retrospectiva, y en la sección sobre cine japonés negro del Zinemaldi de 2008 también se proyectaron algunas películas suyas. Todo un hallazgo para mí, y del que tengo muchas ganas de ver cosas.
Su última película, en cambio, parece mucho menos transgresora. No parece tan dura formalmente, sino con un contenido psicológico más hondo y, en cierta medida, aterrador. Un drama ambientado en el marco de la segunda guerra chino-japonesa, adaptando un relato de Rampo Edogawa, que ya tuvo problemas de censura en su momento, 1929.
Puede ser una película madura de un enfant terrible del cine nipón, que en sus películas no se ha cansado de reflejar lo más oscuro de la sociedad nipona.
Si algún distribuidor tuviese a bien estrenarla, sería todo un hito.