Digestiva, necesaria, natural, sana y didáctica. Para qué pedir más cuando con tan poco se ha hecho tanto. Los productos cinematográficos más efectivos son los que caminan en soledad, tirando de viejos postulados, llevando una barba de tres días, con principios y con una cucharada de buenas intenciones. Y ese mismo principio de las buenas intenciones es lo que en resumidas cuentas cumple la cinta francobelga Kerity, la casa de los cuentos. Desde mi punto de vista, el primer cuarto de hora la cinta es bestial. Las vacaciones, el viejo caserón, la voz en off de la abuela, el cuarto oscuro...tanta normalidad y naturalidad merece mi reverencia. Es como si la pantalla desprendiese una mezcla de aroma de tabaco de liar, la humedad de un viejo sillón y el polvo de estantería de roble, mustio pero firme. Una serie de complementos que la convierten en una auténtica experiencia.
Eso sí, después se convierte en la clásica aventura del saber cobrando vida los personajes archiconocidos de la literatura infantil universal y tomando la clásica estructura de comienzo, desarrollo y desenlace. Tan básica como efectiva. Creo que muchos de nuestros pequeños no la verán con los mismos ojos que su madre, que su abuela, que un adulto. Y eso se debe a que no pretende ser tan directa y espectacular como las made in USA. Esta pretenda enseñar y ser didáctica a través de la animación más tradicional, del dibujo animado convencional, tirando de viejas formas, fenomenal pero poco contemporáneo para el público al que va destinada la cinta. ¿Beneficio a largo o corto plazo?
Probablemente quedará en el olvido de la interminable lista de cintas de animación de este año y de esta década. Pero no duden en caso de duda de recurrir a Kerity, la casa de los cuentos como una alternativa sana a los productos salvajes. Por su aspecto infantil, su cara tierna, su mensaje, su guerrera y su hogaza de pan que alimenta las almas y cabezas de los protagonistas de un mundo que perdió el rumbo, camina hacia las cloacas y no permite un pequeño aliento al cine más didáctico y al discurso del saber más entrañable. Quedan pocas producciones así, salvémoslas. Aunque sea por esos pocos que sé que están ahí que lo van a agradecer pero ellos aún no lo saben.