Fiel reflejo de la bondad y el mito, así como leyenda, del mar más maravilloso y cruel que conocemos, lleno de profundidades que nadie se atreve aún a negar, con el silencioso mecer de una banda sonora que ayuda y mucho a digerir tantísima imagen perfecta y bella a rabiar.
Sorprendente caer de sensibilidad, adaptada a la gran pantalla con la dosis justa de misterio y ritmo, sin ahogar, alcanzando cotas de fantasía sumadas a la levedad del ser humano, enfrentado a la grandeza de un medio, el del agua salada, que embelesa y retuerce nuestros sentidos a base del suave caer de olas, en este caso óleo tras óleo.
De dibujo riguroso y duro pero cándido y concreto, consigue trasladar al espectador la sensación de balada serena que trata de sentir el protagonista herido, en mitad de un ejército de maravillosas imágenes hechas con el corazón y miles y miles de horas de entusiasmo en el detalle.
Recogida en dulces fundidos que ayudan a asimilar, el film se muestra grato en el montaje, cauto y pausado en su justa medida, pero sobre todo lleno, de historia sencilla, pero lleno. Una genialidad para la vista, y lo mejor, los sentidos.