Crítica de la película Amor bajo el espino blanco por Obi-Wan

Ha sido maravilloso comprobar cómo Yimou Zhang no ha perdido su habilidad para hacer partícipe al espectador de la historia y como nos obliga a reaccionar ante los sentimientos de sus protagonistas.  Sentir como la sala reía o sollozaba a la vez ha sido algo que no me esperaba ver, aunque bien es cierto, que también esperaba un guión más complejo, o por lo menos, más espinoso. La inocencia de la trama le ha restado fuerza a los argumentos de los grandes títulos de este realizador, convirtiéndola sin embargo en un drama agridulce con escenas de una belleza que es inevitable destacar.

Cuando hablo de inocencia, no es que quiera pasar por alto su marco temporal de la revolución de la educación en China,  en la que se han escrito muchas páginas negras de ese país, ni que el drama no roce de manera cruel a los personajes.  Lo que ocurre en gran medida es que la presencia de Dongyu Zhou, que interpreta el personaje Jing, llena la pantalla con esa mirada cándida y tímida, con ese temor a lo desconocido contraponiéndose a su determinación ante el deber. Todos hemos visto reflejado en sus ojos el primer amor, lo frágil que lo recordamos al mirar atrás al igual que hermoso y sincero.

Zhang  sabe narrar sin la necesidad de la palabras y  le gusta utilizar las palabras para resumir la esencia de la narración.  La naturaleza siempre le da un contexto idóneo para lucirse con planos que siguen asombrando por su belleza. Y la sombre de la novelista Ai Mi desciende como un ángel sobre las frases de amor eterno y de despedidas veladas por medias verdades.

Una película que no me cansaré de aconsejar a todo el mundo, bonita, tierna, triste y divertida. Una combinación agridulce, apta para un gran sector del público porque siempre Yimou Zhang se ha caracterizado por ser un director oriental muy occidentalizado. Pero para mi gusto esta vez la inocencia ha inundado la historia. La ha faltado más color rojo a la historia.