Christopher Nolan sigue en su particular burbuja de grandilocuencia que más tarde o más temprano, terminará por estallar. Después de asomarse a los abismos del subconsciente con Origen, viaja aquí a los extremos del universo. Las 3 dimensiones se le quedan cortas. Además, ha querido ir más allá en el género de la ciencia ficción dura, con un argumento basado en teorías científicas supervisadas por el físico teórico Kip Thorne que es productor ejecutivo, nada menos. Thorne había preparado inicialmente el proyecto para Spielberg. El guión lo escribió Johnathan Nolan, el hermanísimo, y con la salida de Spielberg, la película quedó en familia. Christopher Nolan, por supuesto, hizo sus propios cambios en el guión, y se nota su mano. Pero vamos por partes. La película tiene tres referentes especialmente claros, 2001, una odisea del espacio, Contact, y Sunshine.
2001, una odisea del espacio
El tema de la exploración espacial, el argumento central, tiene una raíz clara en esta película. El viaje hasta Saturno (en aquella película era Júpiter, pero en la novela era Saturno) para después hacer un viaje a través de una puerta; la llamada de unos seres superiores; el efecto final de varias dimensiones que se da sobre el protagonista. Todos esos elementos de trama, pero sobre todo, la referencia que sigue siendo a día de hoy 2001, una odisea del espacio como una obra cumbre de la ciencia ficción dura, con un detalle científico muy trabajado. A nivel de dirección, Nolan no duda en evidenciar el homenaje, especialmente en las imágenes espaciales con las que llega a jugar incluso con algunas semejanzas musicales.
Como en aquella, aquí está muy bien retratada la sensación de exploración pionera, de la aventura de los colonizadores y la búsqueda de nuevas fronteras. Lástima que Nolan tenga que verbalizarlo como siempre a través de uno de sus personajes. En todo caso, todo este aspecto aporta una solemnidad absoluta, una sensación vertiginosa, de enormidad, de lejanía, de reto. Estamos acostumbrados a que los viajes espaciales sean mucho más sencillos, pero Nolan consigue hacer sentir el peso de un viaje a los extremos del mundo. En un montaje secuencia -típico en Nolan- vemos como se suceden los planos en un planeta de una estrella lejana con los planos de lo que ocurre en la tierra. El contraste delata un salto gigantesco, pues no solo hay una distancia insalvable entre esos planos; hay una distorsión de tiempo que hace imposible entender si ocurre simultáneamente por la sencilla razón de que esa cuestión carece de sentido. Cada cambio de plano produce una sensación de abismo, debido a lo bien que Nolan ha marcado la distancia absoluta entre ambos mundos. Una desorientación sobrecogedora que ya estaba presente en Origen. Este aspecto de gran odisea, es quizá lo que más me interesa de la película.
Si bien la relación con el trabajo de Stanley Kubrick es obvia, hay que decir que mucha de la responsabilidad está más bien en Arthur C. Clarke, el autor de la novela, y la referencia máxima en cuanto a investigación científica en la ficción. Podríamos decir que era el Julio Verne del siglo XX. Además de la primera entrega de la saga espacial, podemos ver el tono del resto de las secuelas. También veo su gusto por imaginar situaciones extrañas, en condiciones físicas distintas a la terrestre, como hacía en Cita con Rama -obra clave de la literatura ciencia ficción dura. En este sentido, veo en la película planteamientos como el planeta con olas gigantes (el oleaje estaba presente y muy medido en aquella novela) o en la nave colonizadora que vemos al final, que es un cilindro de O'Neill pero también es Rama (ambas ideas, la propuesta del físico O'Neill y la novela, aparecieron casi a la vez, con lo que probablemente no tuvieron efecto una en la otra). De su novela Cánticos de la lejana tierra, tenemos el plan de repoblación genética.
Contact
Contact de Robert Zemeckis es otra influencia muy clara de la película. Ya desde la génesis del proyecto, que en aquel caso, como en este, partía de las ideas de un astrofísico, Carl Sagan y pretendía tener un alto rigor. Pero también en la trama: una niña, señales de otro mundo, una puerta interestelar como regalo de otra civilización. Y también en cuanto al planteamiento de la ciencia como tema de la película. Lo que en aquella era una cuestión entre ciencia y fe aquí se traduce al enfrentamiento entre ciencia y amor. Precisamente en el peso de Contact, en esta simpleza conceptual, es donde la película se hunde. Quizá no llegue al sonrojo que producían ciertas cuestiones de filosofía barata de aquella, pero es difícil de asimilar algunos diálogos, como en el que el personaje de Anne Hathaway hace un alegato del amor como gran motor del universo. Además de lo ridículo que suena en un personaje como el que interpreta, es forzado y colocado como un petacho. La cantinela del amor, que es la fuerza más importante, se repite en varias ocasiones como un intento de aportar un factor sentimental entre tanta fría teoría científica. Lo cierto es que no la necesita, pues ya hay una carga emocional suficiente.
También sobra esa necesidad absurda de tratar la ciencia como tema central, como si eso hiciera que la obra fuera aún más científica. El mismo error que encontrábamos en Contact. Que la película tenga unos fuertes valores de rigor científico no hacen necesario que el tema central sea una reflexión filosófica (astronómicamente simplista) sobre la ciencia en sí. Lo vemos también en la situación en la tierra, con el nuevo oscurantismo que niega los hechos científicos. Un recurso que no termina de empastar bien con el resto y que, de nuevo, quiere incluir la ciencia en todos los aspectos de la película, aún cuando se hace innecesario. En definitiva, los mismos lastres que tenía el planteamiento de Sagan, aunque afortunadamente, no tan exagerados.
Recordemos que en Contact también teníamos a Matthew McConaughey. Aquí hace el
personaje conceptualmente opuesto y, por otra parte, después de esa
renovación personal que ha tenido, su trabajo resulta mucho más
interesante. A su presencia, entre el carisma y lo enigmático, se
une una buena interpretación dramática.
Sunshine
Principalmente el tema de la necesidad de salvar el mundo y el viaje definitivo para conseguirlo, esa última esperanza. Ese Icarus que aquí se convierte en Lazarus (por cierto, Nolan, explicita hasta dos veces su significado). También Sunshine tiene muchos elementos avalados por la NASA, pensados sobre algunos de sus programas actuales. La situación apocalíptica de la tierra tiene un tono similar.
Aunque lo que más me interesa de su parecido con Sunshine es su aspecto de terror. En concreto, la lucha del hombre contra el hombre en un paraje absolutamente inhóspito. Esto consigue, en mi opinión, algunos de los momentos más emocionantes de la película, especialmente por la sensación de desprotección en un lugar tan sumamente lejano.
Spielberg
Como decía al principio, este era un proyecto inicialmente para Spielberg, y se nota, especialmente en el primer tercio. Para empezar, porque el centro emocional de la película es la relación entre un padre y una hija. La sensación de abandono, la falta de la figura paterna, con una mezcla entre añoranza y rencor. La relación entre padres e hijos es un elemento clave en el cine de Spielberg. Por otro lado, la mezcla de ese mundo infantil, el colegio, los fantasmas; con cuestiones de importancia suma en el mundo de los adultos. El descubrimiento de ese lugar escondido que abre a unos granjeros, padre e hija, las puertas de una aventura interestelar.
Hay momentos puramente spielbergianos, como la secuencia en la que persiguen el avión, con una conducción imprudente dentro de los maizales, con el hijo al volante. Pura explosión de energía e ilusión típica del cine marca del viejo rey Midas. Seguramente, la influencia de este director, ya sea por lo que pudo dejar de su sombra en los primeros trabajos de guión con Jonathan Nolan, o por homenaje de Christopher Nolan, ha aportado un toque sentimental, emotivo, que nos lleva al mismo tiempo a lo mejor y a lo peor de la película. Lo mejor es que consigue un fondo que escapa de la carcasa fría que podía haber sido; y lo peor es que en algunos momentos cae en un sentimentalismo inaceptable.
Nolan
No hay que obviar, entre tanta influencia, el sello claro del propio director. Ya desde el primer plano, que suele ser un avance de lo que veremos, en esta ocasión, son unas naves recubiertas del terrible polvo.
Como en Origen, aquí hay un juego de realidad a diferente velocidad (una hora son 7 años). Nolan le saca todo el partido a estas curiosas reglas de 3, como ya hacía en aquella película, con algunos resultados similares. Por supuesto, la inclusión de su actor fetiche, Michael Caine, a quien aprovecha hasta para declamar un poema, llevando su figura habitual de tutor hasta cierta caricatura. La banda sonora de Hans Zimmer, entregado como siempre a un espectáculo sonoro aplastante, que aquí combina sonidos sintéticos graves con órganos de iglesia. Ensordecedora, emotiva, brillante, asfixiante. Lo habitual. Como lo habitual son los subrayados explícitos de algunos personajes.
El problema es que todos sus mecanismos son demasiado conocidos ya, y que, como decía al principio, está sumergido en una burbuja creciente que en algún momento ha de explotar. Me gustaría verle rodando una película pequeña como Memento, o mediana al menos, como El truco final. De hecho, he disfrutado especialmente de la primera media hora de película en la que el director tiene que rodar entre granjas de maíz y colegios.
En todo caso, quedémonos con lo bueno, con la solemnidad que consigue, el drama interestelar, su experimentación con los hilos narrativos. Y sobretodo, lo espectacular del espacio y de esos planetas lejanos, que excitan la imaginación y te sumergen en esa magia del cine que él tanto domina. Te lleva a una aventura más allá de las estrellas, y te mantiene pegado a la butaca las casi tres horas de película.
Dejando a un lado los peros del guión, hay que reconocer una cosa: cada película de Christopher Nolan es una experiencia que merece ser vivida en la pantalla más grande. Y es que su cine desborda la pantalla.