Alexander Payne nos trae aquí
otra de sus historias aderezadas con humor discreto y sonrisa sana,
pero envolviéndose esta vez en una capa de drama bastante más densa. El planteamiento es un mazazo en toda regla y quizá esto
mismo provoque cierta actitud defensiva en el espectador. A pesar de
que, según avanza consigue buenos momentos emocionales, hasta cierto
punto están algo anestesiados por la tragedia de la que venimos. Al
contrario de lo que ocurría en Entre Copas, donde lo ligero
poco a poco iba dejando pasar a las emociones más fuertes.
En cualquier caso, el truco de Payne es
contarnos las historias que ya conocemos pero desde otro enfoque,
poniendo el acento en puntos distintos. El esquema de la venta
pendiente hasta el final y las hijas "reencontrándose" con su
padre puede ser el punto de partida de cualquier película tonta para
toda la familia, sin embargo, el autor lo lleva a su manera, como
cambiando el compás, haciendo grandes los pequeños momentos y
restando importancia al supuesto hilo conductor.
Lleva al límite a su personaje
protagonista, volcando sobre él sentimientos encontrados, ira,
dolor, odio, que podrían provocar reacciones insospechadas, pero
Payne lo controla con maestría, manejando esa complejidad
emocional con acierto. Y aquí entra otro de los puntos fuertes de
la película: George Clooney. Con un papel que parece hecho a
su medida y una película centrada básicamente en él, sabe moverse entre el patetismo y la dignidad, entre la
sonrisa fingida y el llanto desbordante, un gran actor tragicómico.
Los descendientes es otra
atípica película de Alexander Payne, con personalidad propia, con
la impagable idea de meter camisas hawaianas en un hospital. Nos
muestra las calles sucias y rotas de ese paraíso idealizado, quizá
como una metáfora de las vidas que funcionan sólo de cara a la
galería, mientras por dentro se derrumban. Otra interesante oda a la
contención y a la comprensión.