Me gusta la tremenda contundencia con que se narra la pasión más grande jamás contada, y esperaba sin lugar a dudas esta fuerza y fiereza en ocasiones desmedida si concretábamos la película a esos pasajes de la Santa Biblia. Mel Gibson, no santo de mi devoción, ha mostrado lo que todos deseábamos ver eliminando esas tediosas y lentas maneras de mostrar un sentimiento de personaje que creo así se entiende mejor.
Es una película de golpes, y sangre, sí, pero hasta estas circunstancias tienen que estar bien dirigidas y en este sentido, unido a los aspectos técnicos y cámara no encuentro motivos para no elevar a los cielos una producción llena de intensidad y contundencia.
Supongo que la película no ha levantado pasiones precisamente, pero toda connotación aparte del realismo de la época en nuestra sociedad moderna sobra, excepto que probablemente a los amantes del sacrifício devotos de la retención de sentimientos y autoflagelación les encantará, cada uno pues, que la disfrute como quiera.