Era mucha la expectación que había con la adaptación de la saga de Millennium. Sus lectores se cuentan por miles, y ha supuesto todo un fenómeno editorial. Es una auténtica pena que el pobre Stieg Larsson no haya podido disfrutar de su propio éxito. Se trata de una historia que lo tenía todo para ser un best-seller, pero cuya mezcla era lo suficientemente original como para poder considerarse "algo más".
Pues bien, en la primera película ya se pudo ver por dónde iban a ir los tiros de la adaptación: eliminar todo aquello accesorio y centrarse en el thriller. El problema es que el thriller no es lo más interesante de Los hombres que no amaban a las mujeres. Convertir Millennium en una historia de psicokillers mezclada con denuncia antiviolencia de género, lo vulgariza. Y vulgariza sobre todo a su personaje protagonista: Lisbeth Salander. Salander es el auténtico motivo del éxito de Millennium, y en la primera película podemos ver muchos de sus rasgos, pero ligeramente limados y poco subrayados.
En ésta segunda película, la cosa se pone más difícil. Porque ahora toca adaptar un thriller político. Si la primera parte era un El silencio de los corderos, ésta segunda es más bien El dilema. Pero es que además, el material a adaptar es enormemente complejo y lleno de aristas, personajes que entran y salen, y pequeñas salidas de tono que son las que dan la personalidad a la saga. Si se elimina todo esto, quedará un thriller político con una trama simplificada y sin personalidad. Ese es el gran peligro de esta adaptación.
Sería mucho más interesante que las dos películas que quedan se centren en el desarrollo de Salander y Blomkvist, y no en meterese en camisas de once baras de donde se puede salir muy escaldado...
Veremos.