En ocasiones, la sensación de deja vu que nos asalta al informarnos sobre la sinopsis de una película es más fuerte de lo normal. En este caso, la premisa argumental de Sé quien me mató recuerda en demasía a ese tipo de producciones que juegan con el espectador a través de la dicotomía sueño-realidad y el intercambio de personalidades. Nos queda el modelo de la hipnótica Mulholland Drive, del maestro David Lynch, un ejemplo perfecto de como deben abordarse este tipo de temáticas. Para complementar un poco este recurso, se ha introducido de por medio una historia de asesino en serie y chica secuestrada, en la onda de las producciones de terror para adolescentes de la última década. Lo cierto es que el conjunto resulta tan desalentador como predecible.
A la dirección del film, Chris Sivertson, un realizador del que no se pueden extraer conclusiones positivas, aunque tampoco sea justo condenarlo antes de ver la película. Lo más destacable de su carrera es su labor como montador en May, de Lucky Mckee. Pero lo que realmente llama la atención de esta película, eclipsando casi por completo sus otras particularidades, es la presencia de la actriz Lindsay Lohan. Más que por sus dotes interpretativas, esta autentica enfant terrible del cine americano ha saltado en numerosas ocasiones a la palestra gracias a sus escarceos con el mundo de las drogas y otros escándalos menos confesables. Por eso, no es de extrañar que ahora trate de sacar a flote su deteriorada carrera profesional con títulos como éste. Acompañan a la polémica actriz ciertos intérpretes de renombre, como es el caso de Julia Ormond, Neal McDonough y Brian Geraghty, que ya compartió cartel con Lohan en Bobby.
Cuando uno trata de abordar temáticas en las que otros directores ya han puesto el listón demasiado alto, se tiene que ser lo suficientemente inteligente como para introducir en la historia elementos novedosos que atraigan la atención del espectador. No cabe caer en el simple juego del engaño o en la violencia gratuita, algo a lo que, sin duda, recurrirá la película. Pocas esperanzas pues para un producto de mercado a todas luces artificioso. Pero hay que saber sacar provecho de todo. En caso de que todos estos pronósticos negativos se cumplan, siempre nos quedará el morbo de ver a Lindsay ligera de ropa en una torrida escena de la película, tras pasar, eso sí, tras pasar por un costoso tratamiento de desintoxicación. Como suele decirse, menos da una piedra.