La elegancia importa y ser elegante nunca está de más. El boceto, la estructura previa al resultado final forma parte de la obra. Sino, la consideraríamos obra incompleta. ¿LLamamos obra a cualquier film? Obra es postura, es quietud, forma, blanco y negro, silencios cómodos, sentimientos encontrados, oración. Esta es la fórmula que quiero con El artista y la modelo, el último trabajo del director español Fernando Trueba. Al contrario que en 2009, llega con las pilas cargadas y sobretodo reconocido por la crítica con su Chico y Rita que tanto convence allá por donde pasa. Pienso que cuando se trabaja libre, sin presión, bajo la mirada atenta de uno mismo se obtienen resultados satisfactorios, sobretodo para el director mismo y en consecuencia la vía hacia el espectador es directa. Pero es que Trueba ,a veces, también prueba. Me refiero a su baile de la victoria que tantos dedos y llagas casó hace ya unos años en el Zinemaldia de Donostia. Insisto en que no me disgustó porque en mi opinión se trataba de un trabajo hecho desde lo personal, entendiendo personal una involucración por parte de Trueba más allá del cien por cien. No siempre cuela. Vean y juzgen.
Su artista (Jean Rochefort) y su modelo (Aída Folch) se convierten en piezas inamovibles de un escenario auténtico para la ocasión. Un escenario lleno de formas y sentido, de arte, de expresión, de tonalidades, de luz, de deseos, de bocetos...Un proceso elegante en el cual el resultado deja de ser el objetivo. Concibo esta cinta desde la ausencia de su visionado y por lo tanto, mis pensamientos hacia alla viajan en compañía de los verbos esperar, desear y convertir. No es una película cualquiera. Tiene que ser elegante, porque la elegancia importa y mucho. Las sensaciones son hijas del recuerdo. Manos libres, hombros relajados, relajación, posición...visionado.