Woody Allen hacía un retrato de sí mismo en Desmontando a Harry, en el que concluía que era un tipo que funcionaba en el arte pero no en la vida -en realidad, en varias de sus películas sugiere algo así. A William Turner parece ocurrirle lo mismo, al menos a ojos de Mike Leigh. Su arte es épico, glorioso y delicado a la vez. Se le llena la boca evocando a los clásicos. Pero en su vida real, vemos a un hombre desagradable, de actitudes casi porcinas, rodeado de un ambiente extremadamente sórdido.
Leigh consigue mostrar las dos facetas. Se esfuerza en ofrecer algunos planos virtuosos donde la luz inunda la pantalla y donde las texturas del paisaje se confunden como en un patrón desdibujado, como las rocas de un acantilado. Por otra parte, nos muestra a Turner, gruñendo y asaltando sexualmente de una manera repugnante. Timothy Spall está impecablemente asqueroso. Con unos valores teóricos muy elevados, reflexionando sobre los grandes males de la humanidad, mientras abandona a sus hijas no deseadas y ningunea a su compañera. Leigh cuida que veamos los granos de ella, los escupitajos que él lanza a los cuadros, la cabeza de cerdo en la mesa. Nada que ver con los sublimes atardeceres que plasma Turner con maestría. Los aspectos más oscuros del pintor, que se muestran sin el más mínimo interés por suavizar su peor cara; son al mismo tiempo un ejemplo de sano humor patético. Así mismo, toda la sociedad que vemos a su alrededor, y sus formas están sujetas a una mirada cínica del director, que juega con una refrescante ironía.
Leigh no se queda en un biopic estándar, ni pretende buscar un arco clásico del personaje, como suele ser el ascenso, caída y redención. Sí que vemos como van ocurriendo algunos eventos clave en su vida, y como busca escapar de alguna manera de su mundo de fealdad -aunque para ello tenga que caer en el abandono y la mentira. El director parece dibujar algunas escenas sueltas, a veces aparentemente inconexas, sin una estructura rígida en el guión. Incluso se inician y se cierran las secuencias sin hacer ruido, con conversaciones que parece que van a llegar a algún lado y se pierden en la indefinición. Justo al contrario de la reciente Camino de la cruz, donde cada secuencia tenía una relevancia claramente marcada y era consecuencia de la anterior y precedente de la siguiente. Por llevarlo al terreno al que quiero llegar, diría que no hay unas formas marcadas en el guión, la historia está algo desdibujada, cuestión no habitual en el director de El secreto de Vera Drake o Secretos y Mentiras. En definitiva, una elección brillante para presentar la historia de un pintor que transgredió los cánones de su época derivando a una pintura donde las formas terminaron siendo poco apreciables. De esta manera, Leigh no solo se envuelve en la forma de Turner a través de sus vistosos planos pictóricos, sino también adoptando su estilo en la narrativa. Brillante.
El desinterés por la forma en la etapa final del autor es uno de los temas de la película. Vemos al principio como se puede distinguir hasta un pequeño elefante en la lejanía en Anibal atravesando los Alpes, para llegar a una composición en el que apenas se distinguen los objetos en Lluvia, vapor y velocidad – El gran ferrocarril del oeste. Se muestra esta evolución al tiempo que vemos el desprecio de quienes no entienden su arte. La eterna injusticia de los adelantados a su tiempo, y la osadía del ignorante. Quizá no sea casualidad que en cierto momento se mencione a Beethoven, que también fue incomprendido hacia el final de su carrera, con la Fuga.
Turner se interesa por la modernidad, por la tecnología. Pasa de estar acomodado en unos cuadros épicos de mar y naturaleza a retratar los avances de su tiempo. En la película se sugiere que el inquieto pintor Robert Heydon le empuja a cambiar. La máquina de vapor, en tierra o en el agua. Une su pasión por el mar y la luz con el impacto de la tecnología sobre lo antiguo en El temerario remolcado a dique seco. No solo vemos como el pintor observa ese momento, sino que se une a su interés y preocupación por el invento reciente de la cámara de fotos, que un día puede dejarle sin trabajo. Sin duda un tema que siempre está de actualidad y ahora también. Lo podemos ver en los complicados cambios en el negocio del cine o el periodismo a cuenta de la llegada de Internet. Quien se dedique simplemente a hacer retratos funcionales no tiene mucho futuro en la pintura.
El director también consigue una representación bucólica de Margate, ese pueblo costero que es, a la vez, el recuerdo de la infancia del pintor y su esperanza de felicidad junto a esa mujer que le ofrece una vida alejada de la sordidez. Sin necesidad de ver el mar, podemos sentir ese ambiente de puerto inglés del siglo XIX que lo mismo sirve para un romance que para una novela de terror gótica.
Una película acertada en fondo y forma.