Declaración de intenciones por parte de Federico Veiroj. Un experimento que ha precisado de un buen artesano. Con apenas setenta y cinco minutos y con un muy buen arranque, La vida útil nos ha ofrecido momentos emotivos visualmente: la grabación del discurso de la cinemateca, la sala de proyección, la cola de la sala 2, las butacas viejas, el ciclo de cine...elementos que alimentan la nostalgia seguro de viejos y mejores tiempos con las salas a revosar. La cinemateca es como una fábrica y en su interior trabajan unos profesionales que proyectan películas, preparan una programación, arreglan máquinas...lo que es un recinto de ocio y cultura para el espectador es el sueldo de Jorge, un soltero que vive por y para la cinemateca. Esta es su vida, no hay otra, ¿para qué? Es un personaje más.
Los cuarenta y cinco primeros minutos son realmente geniales. Es cinemateca, cinemateca y más cinemateca. No hay retatro sicológico por ninguna parte, son solo personajes, está Jorge, está su compañero de radio que da el discurso sobre la formación del espectador, hinchante razonamiento y uno de los mejores momentos de humor. Sin embargo, tras el cierre de la cinemateca la película gira ciento ochenta grados. Jorge comienza a vivir, despierta del sueño, crea un mundo ameno, divertido, ideal para él a partir del séptimo arte. El mundo ideal y los sueños que cumplían sus clientes en la sala él los descubre curiosamente fuera de esa sala, en la calle. Se crea un personaje, se corta el pelo, da un discurso en la universidad y le invita al cine a la chica de sus sueños, como los más clásicos del cine. Su cinemateca está en el mundo que nos rodea. Recurre en clave cómica para resolver los últimos minutos.
La segunda parte de la cinta tiene varias lecturas pero yo me he decidido por esta última. Lo dicho, muy agradecido a Veiroj por una sesión de cine muy interesante con cierto olor a vieja butaca, tapizado y suelo encerado.