Bobby es una película agradable de ver, eso está claro. Quizá porque la hemos visto tantas veces que ya le tenemos cariño. Porque siempre es agradable oír palabras agradables de los políticos, aunque luego no sean más que eso, palabras, claro que Robert Kennedy, por desgracia para él, tiene el beneficio de la duda.
Bobby es una película de libro y Emilio Estévez se ha estudiado a fondo este libro, después ha hecho un examen y habrá que aprobarle porque el chico es todo buenas intenciones y se ha esforzado mucho. Se ha visto todas las películas de historias cruzadas, y él, que es muy observador, sabe que debe filmar largos travelings y, a poder ser colocarse detrás del hombro de alguien que avanza mostrándonos un poco las instalaciones. Claro que sí, a pies juntillas, oye, que dicen que eso aporta ritmo y no queremos que el público se nos duerma. No lo hace bien, es cierto, o al menos no tan bien como los buenos, resulta forzado y poco diestro, torpe, pero lo hace con voluntad y es un reflejo de lo que podría estar muy bien, que ya es algo. Que no es Paul Thomas Anderson o Robert Altman.
De libro es crear un microcosmos en el reducido espacio del hotel Ambassador, con historias entrañables. Y todas entretenidas, o casi todas, porque la historia del LSD creo que requiere LSD. Lamentable, como lamentable es, una vez más, ese monigote sinsorgo que se llama Ashton Kutcher que viene a ser la versión americana de Miguel Ángel Muñoz (el de Un paso adelante). Pero no importa, porque por otro lado te encuentras con Sir Anthony Hopkins y uno lo disfruta, es grande, aunque sólo tenga dos registros: el de mayordomo/psicópata y el de viejo entrañable como es el caso o como lo era en Burt Munro, Un sueño una leyenda. ¿Qué importa? Está perfecto. Lástima que su historia sea un poco plomiza, aunque afortunadamente no muy larga.
Las que si están impecables son esas dos reinas del erotismo envejecidas que son Sharon Stone y Demi Moore. Fabulosa escena la de la sesión de peluquería, ¡que duelo!. Muy bien ellas, muy bien el guión, muy bien todo. Y de la mano de Demi Moore esa incursión del director en un papel pequeño pero con salsa. Sí señor. Cada día se parece más a su padre, no sé como se atreven a aparecer en la misma película sin hacer esos roles. Y hablando del veterano Martin Sheen, su historia es otra que ni fu ni fa, uno la ve, se entretiene, y luego se va del cine.
Sin duda lo más interesante se mueve en las cocinas. Christian Slater, muy eficaz él, y sobre todo el latino, con su amiguete rencoroso y con Morpheo, porque Lawrence Fishburne está más encasillado que Michael Landon. Cuando uno escucha la filosofía de mercadillo de la tarta de su abuela se pregunta “pero Lawrence, ¿qué cojones nos estás contando?”. Con todo interesante, entrentenida, entrañable. Adjetivos que se repiten demasiadas veces en esta flojita película que se ve a gusto y que sirve al menos, para colar un documental a ratos con extractos de Bobby haciendo campaña un poco a lo “la gente de Bart”. El monólogo final es insoportablemente largo y poco condensado y lo peor, se carga el momento dramático. Pero está bien la entrada, abundante sin tregua, y algunas intervenciones centrales. Lástima que hay que recurrir a la música de viento solemne y a terminar con las barras y estrellas. Lo que no se ha leído bien en el libro el señor Estévez es el asunto de la banda sonora que no es suficientemente animosa y cae en el excesivo clasicismo de cosas como “The sound of silence”, que sí, es muy entrañable.
Entrañable, entretenida, sosa, sin talento, fláccida, bienintencionada, fallida, menor, serena, plana. Eso creo que es Bobby. Un aprobado amable.