Transcurridos varios años desde el estreno de Haute Tensión, hoy podemos decir que el nuevo cine de terror francés nació con vocación de reinventar a un slasher seriamente deteriorado. En la misma órbita se enmarcan películas como A l'interièur, Frontière(s) o esta que ahora nos ocupa, aunque a diferencia de las propuestas de Xavier Gens y Bustillo-Maury el film de Pascal Laugier regresa a la brutalidad del trabajo de Alexandre Aja abordándolo desde un nuevo prisma. No sería justo considerar a Martyrs una mera heredera de todas estas películas, aunque sus alargadas sombras planeen sobre ella en más de un momento.
Resulta muy complicado encasillar a Martyrs dentro de un género concreto. La película arranca como una desapasionada epopeya de venganza -flashback infantil incluído- para ir transformándose paulatinamente en un film de fantasmas y finalmente en algo completamente inesperado. Esta mixtura de géneros no cede en ningún momento a un guión cuidadosamente planificado en el que el espectador tiene que introducirse necesariamente con algo de fe. En efecto, sería deseable acudir a ver Martyrs sin saber nada de la polémica que la ha rodeado. Laugier quiere que su película sea redonda y por eso decide sacrificar el discurso y el drama del film a costa de un final que cierra la historia de manera sorprendente.
Aunque el director insista en que su trabajo es compacto, lo cierto es que Martyrs es una película innegablemente dividida en dos -e incluso tres- partes. Aunque enlazados de forma convincente, estos fragmentos dividen irremediablemente al espectador en bandos enfrentados. A quienes apasiona la sangrienta carnicería inicial les cuesta introducirse en la violencia realista y sobria que le sigue y viceversa. Curiosamente, es precisamente la escena de la tortura, esa larga sucesión de vejaciones demasiado creíbles en las que no se enfoca la cara del agresor, la que más sobrecoge. Incluso se podría hablar aquí de técnica documental al servicio de un terror sin aderezo alguno. En cierto modo resulta comprensible que a la hora de encuadrar esta propuesta se haya hablado gratuitamente de Eli Roth, Torture Porn y otras lindezas.
Las interpretaciones de Morjana Alaoui y Mylène Jampanoï son las justas y necesarias para que el espectador enfatice con sus dramas personales sin inmiscuirse demasiado en su calvario. Recurrir a una violencia extrema como la que usa esta película y salir airoso de ella es una apuesta comprometida. El inició de la carnicería con el ataque a la casa y la matanza de la familia es de una brutalidad indudable y lo mismo puede decirse de las persecuciones en escenarios cerrados a cargo de ese espectacular espectro descarnado. Superado el primer impacto e intercambiado el rol protagonista, no resulta sencillo introducir al público en las barbaries de la secta. El director lo consigue a través de una especie de iconografía de campo de concentración subterráneo y un ritmo pausado. Aquí hay riesgo pero también mucho cine de autor.
Llegamos al quid de la cuestión. ¿Es gratuita la violencia del film? ¿Qué es lo que pretende el director de esta película? La respuesta no es única ni evidente. Aunque impactante, no cabe duda de que la visceralidad del trabajo de Pascal Laugier no es tan extrema como se ha publicitado en los medios, al menos no para el aficionado más curtido. Muy al contrario, las previsibles arcadas del público ceden ante una poderosa empatía por el trasfondo de la historia, aunque no llegamos a averiguar del todo si bajo su superficie se esconde algo más profundo o todo es un engañabobos de mucho cuidado. Desde luego, Martyrs no está concebido en clave de homenaje al género ni tampoco busca exponer ningún tipo de ideología concreta. Hay algo más que provocación en esta película sucia, realista y cuanto menos diferente. Pura cuestión de gustos. La indiferencia no es una opción.