No puedo olvidar la comparación, siempre odiosa lo sé, con La lengua de las mariposas, del mismo Cuerda. Pero es que parte de la película va en dirección paralela a la antes mencionada. No es casualidad el personaje del niño, Roger Príncep (El orfanato), tan parecido a Moncho. Tan parecido ese "¡Rojo, rojo! con "¡Ese es mi padre hijo de puta!. Un muchacho que vive como adulto, que miente para sobrevivir. También la historia que ocurre en Galicia. La relación del canónigo Raúl Arévalo con Príncep y el difunto Fernando Fernán Gómez de profesor con su discípulo. Son tantos parecidos que no quiero tampoco castigarla demasiado. Es algo que desde luego es evidente y no podía dejar escapar. Queda dicho pues.
Vamos con las tripas de la película. Un drama con clarísimo contenido político. Y sicológico, y sexual, porqué no. De eso no había duda. Esta vez sin tetas. También un claro debate sobre el destino, el camino del ser humano y la capacidad del individuo de su libre albedrío, sin chantajes, ni miedos a pagar por ello. En este sentido la cinta camina a la vez con el personaje de Javier Cámara y de Arévalo. La dos caras de la moneda, la del vencido, la del ganador, la del que se tiene que esconder y la del que tiene que dar la cara por razones obvias. Cuerda le ha dado más minutos, o por lo menos más caña al sector conservador de la historia. Al mundo de la iglesia. No tanto la de sus fieles. Sino la de la gente que lo ve todo desde el podium. Maneja la cámara entorno a Arévalo, magnífico, tieso, orgulloso, con mil expresiones que terminan siendo la misma: la de la confusión, la de las ganas ser libre. Al otro lado, Cámara, en pijama, desolado, dentro de un armario que esconde un ser humano castigado, infeliz, orgulloso y destuido. Sus miradas al infinito, sus gafas de época, la lejanía y el caso omiso hacia su mujer hacen de este personaje la lágrima del film, el lado oscuro de la casa.
No me puedo olvidar de Marivel Verdú. Sensual hasta más no poder, entensionada, testigo de la verdad oculta, duvitativa y con las manos atadas. Ella le sigue por unos segundos el beso del canónigo pero decide vivir para otro que para ella. Cuatro personajes, incluyendo al niño, muy de interpretación, de personalidad, de saber mirar, de gestos, de andares. Son un auténtico puzzle de vidas paralelas.
Una película muy bien dirigida, sabiendo que el final está cerca porque la mentira tiene patas cortas, pero cansando a los personajes poco a poco, sin desmallarse demasiado pronto. Muy sencilla, emotiva, no tan poética quizás como me la esperaba pero muy fiel al libro seguramente. Por el continuo ir y venir de los días, de la rutina, de los paseos, la entrada del colegio. Narrativa y nostálgica.
Y la última escena es muy compacta. Cámara rompiendo su silencio con el exterior, sacudiendo al enemigo con hechos y no con palabras, diciendo adiós por narices y tirando su vida por la ventana es razón de lagrimón del bueno. Sin embargo, tan parecida a La lengua... que no vale. Cuerda no ha sabido esta vez manejar un material sencillo para ofrecernos algo más y nuevo. Me quedo en especial con Arévalo y Verdú. El primero se ha comido su papel. Enhorabuena. La segunda porque te va ofreciendo cada vez más y más. Le bajo la nota por la decepción, no por castigo.