Jeff Nichols, en su nueva película, Mud, sigue ahondando en lo más profundo de esa América pobre, desprotegida, violenta. Un escenario que está siendo un elemento esencial en el cine independiente reciente. Pienso, por ejemplo, en Killer Joe, donde Matthew McConaughey tenía una interpretación del mismo corte, aunque mucho más siniestra. Bestias del sur salvaje, tenía un tono mucho más mágico, aunque Nichols no ha olvidado colocar algunas imágenes evocadoras: el barco en el árbol o la escafandra, por ejemplo. La reciente Joe, que comparte, además del toque sureño, algunos elementos narrativos y la presencia de ese pequeño gran actor que es Tye Sheridan. Mud se mueve en un punto equidistante de todos ellos, ni tan sórdida, ni tan oscura, ni tan mágica; pero al mismo tiempo, un poco de todo ello.
Más allá del retrato social de esa
sociedad, que comparte con el resto de los ejemplos citados, Mud habla de una cuestión mucho más universal: descubrir la amargura de
la vida, que no es un cuento de hadas, que las historias de amor
pocas veces son perfectas, que no todo acaba bien y que, a pesar de
todo ello, vale la pena continuar. En definitiva, crecer. Nos lo
transmite desde el punto de vista de los chavales, dejando en cierta
ambigüedad algunos aspectos del resto de los personajes, a quienes
no llegamos a conocer con detalle, solo a intuir, como lo van
haciendo los protagonistas.
Personajes complejos, con matices que
se dejan ver según avanza la película, con una fuerte presencia de
la mentira. Que muchas veces reaccionan ante los problemas mostrando
sus propias frustraciones, ajenas a la cuestión que les atañe. En
definitiva, personajes humanos. Estos retratos imperfectos son uno de
los grandes valores de la película.
El otro gran punto está en la épica
de la mirada infantil, con la magia de las pequeñas cosas: el barco,
la princesa, la isla... La admiración hacia ese hombre carismático,
que nunca es sorprendido, que vuela como el viento para salvar a un
niño, que desborda seguridad. Esa atracción por el criminal noble
que pide la ayuda de estos niños -que recuerda al criminal de
Grandes Esperanzas, especialmente en la versión de Cuarón,
por la ambientación similar.
Una buena película, que no llega a la
brillantez de Take Shelter, anterior película del director,
pero que comparte con aquella unos personajes que se comportan con
verdadera humanidad.