Crítica de la película Mil noches, una boda (Party Girl) por Iñaki Ortiz

La mediocridad de verdad


4/5
10/12/2014

Crítica de Mil noches, una boda (Party Girl)
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película El arte tiene la virtud paradójica de conseguir que lo feo, lo triste, lo pobre, lo violento, lo asqueroso e incluso lo mediocre resulte atractivo. De la chatarra aparecen algunas fotografías preciosas. Las casas destartaladas de Bestias del sur salvaje son pura estética; el ambiente sórdido hasta el extremo de Killer Joe es absorvente. La basura nos gusta. Nos gusta en el arte, claro. En el mundo real, lo mediocre es simplemente, mediocre. Lo feo es feo. Y esta es la gran apuesta de esta película, no pretende maquillar, ni idealizar, ni exagerar. Lo que vemos es, simplemente, una vida de mierda. Y para colmo, una vida real, la de uno de los directores, Samuel Theis. La mayoría son actores no profesionales interpretándose a sí mismos.

Es la historia de una cabaretera ya demasiado entrada en años. Pero no tiene encanto, solo sordidez. Y ni siquiera es un ambiente lo suficientemente sórdido para resultar atractivo. Por supuesto, no hay ni un solo plano que pueda resultar sensual, ni sexy. Es un lugar mediocre, al que va gente mediocre, y cuyas trabajadoras tienen una vida gris -no negra, gris. Se empareja con un hombre sin chispa, sin ningún atractivo, pero que tampoco es desagradable ni es una mala persona. Son de clase baja, pero no están en la miseria. Cada detalle está cuidado al milímetro para no resultar atractivo en absoluto; ni tampoco terrible. Todo es vulgar, descorazonadoramente trivial, sin gusto. La decoración, la comida, los diálogos, la rutina, Este planteamiento es el que verdaderamente resulta transegresor y duro para el espectador que no tiene apenas a qué agarrarse. Si entendemos el cine como una vía de escape, esta película no es cine. No te permite alejarte, solo te ofrece la mediocridad en crudo, sin acompañamiento. Un nivel de honestidad que pocos directores se permiten.

Pienso, por ejemplo, en una de las películas más alabadas del año pasado, La vida de Adele. En aquella, durante todo el metraje se aplica un nivel de realismo desaliñado y cotidiano que después deja paso a las famosas escenas de sexo completamente idealizadas. Una licencia algo deshonesta, que por otra parte se agradece. Este no es el caso. Sus tres directores, los primerizos Marie Amachoukeli Barsacq, Claire Burger y Samuel Theis, parecen tener muy claro que no buscan asombrar, si no es precisamente por la falta de asombro. Y no confundamos con el tratamiento de la mediocridad que pueden dar directores como Ulrich Seidl o Todd Solondz, recreándose en ella con cierto cinismo. Aquí tampoco hay espacio para tomarlo a risa, todo es mediocremente real y el peso de esa verdad no deja lugar a la comedia.

Poco a poco, uno va entrando, a disgusto, en una casa que no quiere conocer, a una familia que carece de atractivo. Y ese mundo tan gris, se descubre como una maquinaria inalterable, de la que es difícil escapar. La protagonista está atrapada en una vida que no quiere y que tiene difícil solución. Se ha involucrado en una relación machista, pero no porque él sea una mala persona. Sería más fácil ver la película si él fuera un maltratador; estaríamos esperando a que ella le denunciase o incluso lo mate, que para eso es una película. No, simplemente ella forma parte de una especie de transacción consensuada, y se le presupone un modo de vida a partir de ahora. A efectos prácticos, parece que él no solo la quiere, sino que la adquiere. Pero lo realmente desesperanzador, es que, con todo, probablemente sea su mejor opción. Una mujer que ya nunca más volverá a sentirse deseada, para la que el juego se ha acabado y no sabe ni quiere jugar a otra cosa. Una vida que ha dejado de tener sentido.

Ni una sola concesión hacia la esperanza en esta película. Solo una tranquila náusea sobre la mediocridad que nos acecha a todos. Merecida Cámara de Oro en Cannes.



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Mil noches, una boda (Party Girl) en festivales: Festival de Cannes 2014




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