No sé si es el mejor momento para
hablar de una película ambientada en los Territorios Palestinos
Ocupados, con las bombas cayendo sobre la población y con
francotiradores israelíes asesinando civiles. O quizá es el mejor
momento, porque esta película, como tantas otras, sirve para dar
visibilidad a la situación cotidiana de la población allí. Las
torturas, el control, la condición de sentirse en tierra
conquistada.
Omar es la última película de
Hany Abu-Assad del que tuvimos la oportunidad de ver en el
festival de San Sebastián, Paradise Now, que era, en mi
opinión, superior a esta. Cuando uno se acerca a un director
palestino no espera encontrar esta calidad de thriller, con buenas
persecuciones callejeras y una soltura rodando la acción y la
violencia que se acerca mucho a las maneras occidentales. No es
casualidad que haya un par de referencias al cine americano (a Brad
Pitt y a El padrino).
Nos cuenta una historia de amor y
violencia, que como género podría ser universal, pero que descansa
en dos pilares propios de su contexto. El primero, inevitable, el del
conflicto con Israel, es el motor de la trama. Terrorismo,
infiltrados, torturas. Al tiempo que nos muestra su visión de la
situación -no a niveles políticos sino el efecto directo en la
calle-, rueda un entretenido thriller. El segundo pilar sobre el que
se sostiene, es la situación social de Palestina en cuanto a su
cultura y religión. La mentalidad antigua a la hora de tratar las
relaciones de pareja, y los peligros de la represión que supone.
Aunque los personajes palestinos son los protagonistas y, por tanto,
los buenos de la película, no oculta el machismo -en sus formas de
actuar e incluso en sus chistes- y los aspectos más retrógrados de
esa sociedad. Eso sí, al igual que su retrato del conflico, lo hace
sin cargar las tintas ni ofrecer moralejas.
Un aspecto interesante de la película
es el peso de la mentira. Casi todo el avance de la trama se articula
a través del engaño. En este sentido recuerda, salvando las
distancias, a Le Passé de Asghar Farhadi. Parece que el cine
del mundo árabe está especialmente sensibilizado con las
consecuencias de la mentira y con reforzar la duda sobre lo que
parece ser una verdad absoluta inapelable. O quizá solo es una
coincidencia. La película resbala un poco en algún
giro final, algo forzado; y tiene alguna concesión hacia sus
personajes, obviando algún aspecto negativo, que lastra un poco el
resultado final. Quizá tiene, además, una caída de ritmo en la última media hora, cuando la trama se complica. Por lo demás, una obra que guarda un buen
equilibrio entre retrato social de un contexto terrible y
entretenimiento de género.