No suele haber sorpresas con el cine de Cesc Gay. No hay un argumento original y ni siquiera el desarrollo es nuevo. Desde el primer momento sabemos el tipo de película que vamos a ver, cómo transcurrirá y cómo terminará. Y sin embargo, funciona.
Funciona porque, claro está, el cine de Cesc Gay descansa sobre los pequeños detalles. Sobre las reacciones de los personajes, sobre afinar los sentimientos. Funciona porque nos cuenta la historia de un enfermo terminal y huye misteriosamente de cualquier golpe al lacrimal que no esté verdaderamente justificado. Alguno hay, claro, porque el tema es el que es.
Truman es una historia sencilla, sobre la amistad, sobre cómo reaccionamos ante lo peor, sobre estar a la altura de las circunstancias. Es una de esas películas de miradas –deberían ser un género. Por supuesto con unos inmensos Javier Cámara y Ricardo Darín, en dos papeles que son regalazo para ellos. Lo transmiten todo y les entendemos sin que apenas necesiten verbalizar. Emotiva sin empalagar, deja escapar más de una sonrisa, y se acerca a un tema tan duro como la muerte (la propia y la de un ser querido) sin provocar un rechazo en el espectador.
Quizá no es de las mejores películas del director, y le pesa un poco que, como decía al principio, la estructura está muy usada, pero consigue con un ritmo tranquilo pero seguro, que el espectador pueda entrar en la vida de estos dos amigos. Con una ejecución elegante, sin trucos, sin caminos fáciles, simplemente, dejando que el abrazo de un hizo te ahorre veinte líneas de diálogo.