No darle la nota máxima sería
desentonar con todas las precríticas y postcríticas de mis
compañeros que podemos ver ahora mismo en la web. No voy a ser yo
quien espere menos de Darren Aronofsky, cuando he defendido su
cine con títulos mucho menos unánimes como La fuente de la vida - película que por cierto es para mí su mejor trabajo hasta la
fecha. Sea como fuere, hablamos de uno de los mejores directores en
activo y de los más atrevidos y versátiles también. Cada una de
sus películas juega con una temática y estilo completamente
diferentes, aunque con puntos en común. Siempre encontramos
personajes atormentados, hundidos en la miseria humana, y esta vez no
va a ser una excepción, claro está.
Aunque el director no demuestra una
estética común, siempre es atrevido y adecuado a la historia que
nos cuenta, desde el tenebrismo ciberpunk de Pi al estilo
independiente de El luchador, pasando por el barroquismo
visual de La fuente de la vida. Qué mejor que un ballet de
fondo para buscar una nueva estética, seguramente afincada en la
frialdad y la perfección de esta disciplina. Una buena ocasión para
el reencuntro del cineasta con el director de fotografía Matthew
Libatique después de la pequeña separación en El luchador.
Aunque está claro que quien mejor se lo ha tenido que pasar es el
también habitual de Aronofsky, el compositor Clint Mansell, que
ha tenido que hacer una especial adaptación de El lago de los
cisnes, quizá de una manera tan sutil que los menos expertos en
clásica podemos no captar todo su esplendor.
Y si para alguien puede ser un vehículo
de lucimiento esta película, esa es sin duda, Natalie Portman,
quien parece que va a hacerse con un Oscar, y que será el centro de
la película. En el reparto le acompañan el salvaje Vincent
Cassel y la casi desaparecida Winona Ryder. Sin duda, una
de las películas más apetecibles del año.