Hace no muchos años, en 2009, Xavier
Dolan debutó con Yo maté a mi madre. Ahora estamos
hablando ya de su quinta película, Mommy, que después de un
trayecto por diferentes formas y temas, vuelve a contarnos una
historia muy similar, pero con la experiencia que le ha dado la
experimentación de estos años.
La madre, de nuevo es el centro de la
historia. De hecho, es la misma actriz, Anne Dorval. El hijo
ya no es el propio Dolan, que ya no es tan joven. Su papel lo ocupa
Antoine-Olivier Pilon, pero grita tanto o más que él. Como
en aquella, tenemos una relación de lo más tortuosa entre madre e
hijo, solo que aquí, las complicaciones del chaval son más serias.
Dolan consigue hacernos sentir su angustia, la opresión de un mundo
en el que no encaja, su furia. En parte por la explosiva
interpretación del actor, pero también por ese escope estrechísimo
que nos mantiene encerrados en una pantalla donde no cabe toda la
furia del chico.
En concreto, es un encuadre de 1:1, es
decir, completamente cuadrado. No sería raro pensar en un
adolescente de hoy grabando sus penurias con el formato cuadrado de
Instagram e intentando compartirlas con el mundo que no le entiende.
En algunos momentos de Yo maté a mi madre, Dolan juega a
mantener separados en plano a la madre y al hijo, a pesar de que
ambos podrían compartirlo, forzando el encuadre para dejarlos solos.
Aquí la soledad es continua, ya que es muy difícil incluir a dos
personajes en el mismo plano con el scope tan estrecho que se
autoimpone. De hecho, el espacio es tan mínimo que para que dos
personajes compartan el plano deben acercarse enormemente, lo que
ocurre solo en algunos momentos intensos de la película. En cierto
modo, parece que en la vida del protagonista, para conseguir cierta
cercanía con la gente a la que quiere y no estar solo, tiene que trasgredir ciertos
límites, y abordar violentamente la vida del otro, el plano del
otro. Sea como fuere, Dolan consigue una experiencia asfixiante,
intensa, que encaja a la perfección con el tono de la película.
Además, el escope se convierte en protagonista en el que quizá sea
el plano más emblemático de la película.
Otra que repite es la actriz Suzanne
Clément, con un personaje en cierto modo similar al de Yo
maté a mi madre, pues sirve como vía de escape para el
protagonista y como profesora. Con la diferencia de que aquí
adquiere un matiz de cierta extraña relación triangular, tan
positiva como malsana, que el director ha ido trabajando en sus
películas, especialmente en Los amores imaginarios. Su
capacidad estética y su gusto por ciertos excesos formales, como las cámaras lentas musicales, está muy presente y
articula momentos clave de la historia. En mi opinión, el resultado
no es tan depurado como en Laurence Anyways. Quizá porque no
ha llegado a algunas decisiones brillantes de aquella, o por el
simple hecho de repetir demasiado su estilo. Puede que las escenas
virtuosas estén demasiado encajadas en una historia visceral que no
parece necesitarlas. Aún así, siguen resultando gratificantes.
Se diría que Dolan ha querido repetir
su ópera prima ahora que tiene un bagage técnico suficiente para
llegar a donde quiere. Quizá ha perdido cierta furia autobiográfica
que encontrábamos en su primer trabajo, pero en conjunto tenemos una
película mucho más redonda.