No me andaré con medias tintas. There will be blood va a ser la película del año y, además, de largo. Por la razón que sea, Paul Thomas Anderson no ha querido preparar su nuevo film a tiempo para lucir en alguno de los festivales más potentes del circuito cinematográfico (léase Cannes, Venecia, quizá Berlín), pero estoy convencido de que allá donde hubiera estado, suyo hubiera sido el galardón principal.
Igualmente convencido me muestro en cuanto al resultado objetivo de la película, su calidad. Puede que estemos, atención, ante uno de los títulos señeros de la última época. Quizá la primera gran obra maestra del XXI.
O quizá me esté haciendo ilusiones. Lo que ocurre es que tengo la sensación de que esta película, en el peor de los casos, será buenísima. De ahí mis fundadísimas esperanzas de encontrarme ante un auténtico peliculón. Motivos no me faltan: Dirige Paul Thomas Anderson, quizá el director joven más talentoso que podamos encontrar, no sólo en los EE.UU. sino en todo el planeta. Él es el responsable de Magnolia, de aquella maravilla eléctrica titulada Boogie nights, o de la meritosísima Punch drunk love.
En la pantalla, protagoniza el mejor actor en activo: Daniel Day Lewis (Mi pie izquierdo, En el nombre del padre, Gangs of New York). A su alrededor, una trama de ambiciones, envidias, poder... pero sobre todo, Historia. Mucha Historia. La Historia de un país que ha crecido precisamente alrededor de esos sustantivos, y siempre alrededor del dinero.
There will be blood puede ser un fresco poderoso, apabullante; el más perfecto ejemplo de que Paul Thomas Anderson será inconfundiblemente una de las vacas sagradas del cine norteamericano del futuro.