¿Quién lo iba a decir hace unos años que el género de piratas, más que muerto, hundido y acabado, iba a reflotar?
Cuando el recuerdo de las grandes películas de aventuras de Burt Lancaster era un recuerdo y una buena ocasión de rellenar la parrilla televisiva de los domingos tarde, y cuando aún olía el fiasco de los últimos intentos por resucitar el género ("Piratas" o "La isla de las cabezas cortadas"), apareció el filón de "Piratas del Caribe".
Aún recuerdo la primera vez que vi la película, fue en los Campos Elíseos de París, en uno de sus cines monstruosamente caros, en VOS al francés. De hecho elegí esa película porque pensé que me sería fácil entenderla. Y, de hecho así fue. Palomitas, pantalla grande, sonido envolvente,...Pero una pega, el final, la sensación de 40 minutos de vacío. Pensé que se debía al idioma, pero cuando la volví a ver en el idioma patrio, la sensación se intensificó.
Y así es como se presenta para mí esta secuela, con el regusto a que la anterior película ya duró más de lo que tenía que durar, con el olor del Tío Dollar reventando taquillas, y con la 3 ª parte en el horizonte.
Y así me entra la desazón porque me espero que lo que en la primera era virtud, con una Keira estupenda, un Bloom en su justa medida, y un Jack Sparrow sin pasarse demasiado, se va a convertir en una lujuria, en un cargatintas, en un si te gustó una taza, pues toma dos tazas, y en una historia innecesaria con un ritmo trepidante.
Tiene los mismos ingredientes, pero los que gustamos de andar entre fogones aprendimos hace mucho tiempo, que el secreto no está en los ingredientes como tales, sino en su medida y equilibrio.