Alexander Payne se vuelve a
situar en buena posición de cara a la temporada de premios. Ya se ha
llevado el globo de oro a la mejor película dramática (así como el
de actor para George Clooney). No es que considere esto
demasiado relevante, pero al menos servirá para que la película se
vea más. De su anterior película, Entre copas han pasado años, para muchos está olvidada, para mí
sigue siendo teniendo vigencia. Entre tanto se ha entetenido filmando
uno de los mejores segmentos de Paris je t'aime y colaborando
en guiones tan insospechados como Yo os declaro marido y marido.
Aunque no es nueva esta faceta de mercenario, ya colaboró en el
guión de Parque Jurásico III antes de ser más conocido.
El caso es que cuando Payne se pone
serio (no hablo literalmente, ya que básicamente hace comedias), nos
regala unas historias naturalistas, sencillas pero de premisa algo
diferente, excéntrica si se quiere. Con la confianza de quien no
quiere avasallar con efectismos (digamos, una especie de versión
opuesta de JJ Abrams) va mostrando a sus personajes, sus
vicisitudes, haciéndonos llegar con suavidad el fondo de su cine. Un
fondo que no se nutre de mensaje ni de golpes dramáticos,
simplemente de pequeños momentos de relativa importancia. Sin
grandes hitos, el director siempre consigue hacer de sus películas
un objeto preciado que mantiene nuestra atención.
Ahora, con Clooney, enmarcado de nuevo
en un entorno peculiar, nos dará su visión, una más, de las
relaciones entre un padre y sus hijos, intentará dar un paso más en
su cine, con calma, hacia delante y con el riesgo de que le olvidemos
porque no ha pisado demasiado fuerte.