Parece que Richard Kelly no ha querido dar su brazo a torcer. Lo que parecía que iba a ser una película mucho más convencional ha resultado terminar en otra ensalada de situaciones grotescas. El problema es que aquí parece aplicar su "sistema" de un modo mecánico. Como quien sigue una receta al pie de la letra sin esforzarse, como el pianista que toca las notas del pentagrama igual que un autómata.
Crea un entramado argumental complejo, similar al que se
desenvuelve en Donnie Darko, pero
mucho más débil, más cogido con pinzas, y lo peor, con un protagonismo
exagerado. Si en aquella ópera prima, el enigma se va desenvolviendo en un
segundo plano, aquí lo es todo. Y no hay
mucho más.
Es cierto que consigue algunas imágenes muy atrayentes y una
atmósfera especial, muy personal, pero todo ello para desarrollar un disparate
que parece responder únicamente a la necesidad de extender una premisa muy poco
agradecida. La magia y el encanto de su primera película no se miden por una
serie de trucos de guionista, aquí no ha conseguido repetirla.
Posiblemente, uno de sus mayores problemas es contar con Cameron Díaz, con una interpretación
realmente mala, sorprendentemente mala. James
Marsden se mantiene y Frank Langella aporta elegancia. Al buscar el enredo, la pirueta argumental fría, lo que se
consigue es que la pareja protagonista importe cada vez menos, mientras sólo se
presta atención al desarrollo de los acontecimientos. Es así hasta tal punto
que cuando, finalmente, se quiere buscar algunos momentos emocionalmente
intensos, el batacazo es monumental.
Richard Kelly se ha convertido en una imitación de sí mismo,
será difícil reencontrar el camino. Sólo son rescatables algunos momentos deliciosamente grotescos.