Una película sin demasiados agujeros, exceptuando los de bala, bien llevados para no sembrar la duda sobre una historia inverosímil que con respeto sobre todo a las reacciones de los personajes, cosa muy importante para no caer en lo soez de una interpretación forzada, se mantiene firme, y en lugar de evaporarse en un mar de acción y desborde cuando la cosa se aclara, se mantiene hasta cierto punto serena para dejar reposar el mensaje de sus sentimientos sobre todos nosotros.
La potencia de la concreción de las acciones de los personajes, sin desentramar demasiado pero tampoco aprovechando suspense hasta encolerizarnos de guasa, Cronenberg, consige aislarnos de lo que presuponemos tiene interés para llevarnos a lo que él cree tiene interés, un William Munny que resuelve por necesidad sin dilación pero inmerso en una familia que le ofrece la reinserción sincera que cuesta horrores.
Ese rostro final de Mortensen, buscando piedad sin más opción que amar, tiene la elegancia de un final sin palabras que duele tanto a los personajes como al público, que no es un final feliz, sino trágico y modesto pero tremendamente intenso. El continuará de esa familia ha de ser tan arrogante y duro como la escena de sexo en la escalera que da muestras de la rabia contenido que sentimos todos, siempre diría yo, ante lo que somos y en realidad nunca mostramos ser.
Como anécdota plausible, ese gran trabajo de William Hurt, excelente, con un climax que cae en sus hombros sin despeinarse, nunca mejor dicho.