La película termina decantándose por la respuesta D: Estaba escrito. Y no puede ser más oportuna cuando la sensación general en esta película es precisamente eso, que estaba escrita. Se trata de una fábula artificiosa y absolutamente novelesca. Sin la intención de asumirlo es imposible disfrutarla y mucho menos analizarla.
El problema llega cuando el carácter de fábula se convierte, como ocurre muchas veces, en el cheque en blanco de todo vale, y debemos aceptar ya no sólo casualidades imposibles y finales victoriosos, sino también algunas cuestiones menos digeribles. Por ejemplo, la tortura inicial que no responde más que a un interés de espectáculo e identificación con el personaje, cuando no es ni mucho menos aceptable que el personaje reciba este trato cual terrorista peligroso. Más molesta es la última pregunta del programa, absurdamente sencilla. Eso ya no es ni casualidad ni licencia poética, eso tiene otro nombre: trampa.
Ciertamente, toda la película es una enorme trampa emocional, un continuo golpe dramático, con los elementos más básicos, encabezados por la muerte de la madre. Se la podría ver como una Oliver Twist de nuestros días, con lo bueno y lo malo que eso conlleva. La fórmula de cuento sirve para mostrarnos una situación muy real, y la aparente ingenuidad con la que se muestra, muchas veces la hace más doliente. El maravilloso broche final con el baile cierra perfectamente todo un homenaje a las historias ingenuas de Bollywood. La hace diferente la inteligente elección del formato televisivo, que funciona en varios sentidos: le aporta ritmo, funciona como contraste entre la riqueza y la miseria, y aporta la magia y la esperanza que esta historia necesita.
Danny Boyle continúa experimentando. Por un lado, se apoya en su estilo característico, que ya habíamos comprobado en condiciones similares con La playa, con esa pobreza de diseño. Por otro lado, no se priva de probar algunos elementos de realismo, como la textura de cámara de seguridad de algunos planos o incluso algunos extremos excesivos como el de una toma en la que uno de los transeúntes pide que se aparte la cámara. Su montaje frenético habitual y la intensidad de su punto de vista redondean el producto. Como siempre, la banda sonora en su cine es un elemento impecable.
Una película emotiva, tramposa a veces, que opta por seguir el camino fácil pero que lo recorre con imaginación y talento. Ganará el Oscar aunque no es la película del año.