Existe en literatura un género denominado “realismo mágico”, que no deja de ser más que otra forma de enfrentarse a la realidad que una gran parte de los autores iberoamericanos ha cultivado (Isabel Allende; García-Márquez entre otros); y, precisamente, fue este último el que recordaba que la forma en que escribe sus novelas no deja de ser más que una recreación de la manera en que su abuela le contaba historias cuando él era niño. Y es que al parecer las abuelas de latinoamérica deben tener un don especial para contar historias, pero no cualquier tipo de historias, sino aquellas que son foco de la luz del realismo mágico. Una luz que utiliza Tim Burton desde el mismo momento en el que aparece el símbolo de la productora de la Columbia en la mano del clon de Anette Bening. Un estallido de luz que nos arrastra ya a las profundidades de un río; a una voz en off que comienza a contarnos una historia; ¿verdadera o ficticia? ¿Realidad o magia? Da igual, esto es REALISMO MÁGICO.
Una de las cosas más destacadas de la película es su guión. No es que sea excelso en calidad; tampoco está perfectamente ensamblado; sirve muy bien a los intereses de este niño travieso que es Tim Burton. Arranca ya con una historia increíble narrada en off acerca de la pesca de un pez imposible de pescar, para transportranos a ese mundo que nos narra el personaje de Albert Finney( a veces en boca suya, otras veces en boca de sus “adoctrinados”), con ese primer gran episodio: el ojo de cristal de la bruja (escena que está magníficamente rodada, y con una estética a lo “Sleepy Hollow”) en el que el jovencito Finney-McGregor ve su propia muerte. Momento que aprovecha Burton para jugar con nosotros y ocultárnoslo cuando se lo preguntamos a través de la persona de su hijo. Literalmente nos dice:
- No, no te lo voy a contar todavía.
¡Y estamos en el minuto diez de película!
A partir de ese momento la historia de Finney, como si la voz de la abuela de García-Márquez se tratara, es la que se ocupa de guiarnos por la película en un alarde de excesos que van distorsionando su capacidad de verosimilitud de forma gradual hasta encontrarnos con el disparatado episodio de la misión militar para rebajar el tiempo de servicio militar (en el más puro estilo “Mars Attacks”). En este punto el guión entra en una fase crítica, un momento en el que el nieto, que hasta entonces había escuchado sin rechistar, da muestras de cansancio. Pero justo en ese momento, el guión comienza a escuchar una segunda voz; quizá no tan mágica, agradable y sensual; pero necesaria. El punto exacto en el que la magia comienza a convertirse en realidad; el punto en el que el personaje del hijo de Finney comienza a perder su escepticismo con su visita a la “bruja” de Espectro. Y ambas voces siguen en un coro con apoteósico final. ¿Realmente nos ha engañado con el tema de la muerte desde el comienzo? No lo creo, nos ha seducido con un guión “realista-mágico” de libro.
Y, claro, ¿qué más puede pedir Burton para construir una película? Evidentemente, nada más. No obstante hay algo que chirria en todo esto: su olor a jaula, a prefabricado, a comida precocinada. Me explico. A Burton le ofrecieron este guión desde la Columbia. Desde luego nadie más podría haberlo rodado; supongo que sería fácil convencerle para que lo hiciese: tenía elementos muy Burton, demasiado Burton. Algo así como si el autor de la novela al escribirla pensase, seguro que si cuando la acabo contacto con Tim Burton... Y así fue, el proyecto cayó en el bueno de Tim. Y no es que no lo haya hecho bien: ahí está su portentosa capacidad para ambientar historias y crear atmósferas y todo eso que tan bien sabe hacer y todo el mundo alaba. Pero parece que lo esté haciendo sin plena libertad, con cierta desgana, sin que todo su espíritu estuviese en cada plano, como si le hubiesen dicho haz lo que sabes hacer.
Y uno echa de menos algo más de virtuosismo en las escenas que no son historias de Finney, rodadas quizá con poca imaginación; y en las de las historias, con demasiadas referencias a otras cosas que ya ha hecho. Ahora bien, él es un genio y aunque esté desganado hace genialidades (me parece una maravilla la escena entre Jessica Lange y Albert Finney en la bañera). No sé si esto ha representado una “evolución” (como la que pedía Beiger) o, en cambio, síntomas de cansancio; de esa abuela que ya ha seducido demasiadas veces a su nieto con la misma magia; no tengo ni idea, sus próximas películas lo dirán; pero de lo que sí que estoy seguro es de que salí del cine ENCANTADO.