El gore tiene su público, especialmente un gore light, lleno de decapitaciones y sangre a borbotones por doquier. No tanto ese gore al estilo de Martyrs que hace vomitar al respetable, sino uno que se tolera fácil y que nos hace gracia a todos, al estilo de Rasca y Pica. Los japoneses, por supuesto, dominan el gore desde hace tiempo, a este nivel y mucho más extremo también. Así que entre toda su oferta esta es una película más.
No va a destacar en ningún aspecto, ni en ser la más loca ni en la más atrevida, ni divertida, ni desde luego original. Y no va a destacar porque ni siquiera tiene intención de hacerlo. Yoshisiro Nishimura quiere copiar al pie de la letra el cine que conoce de primera mano. Ha sido el encargado de los efectos especiales y del maquillaje de muchas películas antes, ahora dirige -este es su segundo trabajo como director. Tendrá muy claro como deben estallar las arterias, como buscar el plano más impactante de una cabeza sin su correspondiente cuerpo, cuantos planos sangrientos debe incluir y cuando.
Sabe perfectamente como se hace una de estas películas que ya están hechas y dudo que decida aportar alguna cosa de su propia cosecha como director, o que llegue con una idea revolucionaria. Simplemente se trata de divertir a un público -a poder ser bajo condiciones etílicas- con una cantidad de comedia negra gore comprada al peso. Está claro: para eso no era necesario contratar a un director o a un guionista.
Disfrutable sólo en condiciones muy propicias. Ejemplo de ello será su pase en el festival de terror de San Sebastián.