La pantalla se llena de hielo. Notas ese viento que actúa como una cuchilla de afeitar. Un cartel anunciador de la zona. El paisaje de las caravanas, coches helados y una familia que sobrevive en ese ambiente natural y desigual. Así comienza Frozen River, una cinta muy interesante de corte independiente norteamericana que nos habla de la historia triste, cruel y necesaria de los discípulos de Dios que no les ha tocado vivir en la tierra prometida. Ya en mi precrítica me esperaba una película con una estética norteamericana poco corriente, la estética de las reservas de los indios americanos, la nieve, las caravanas. Me ha encantado. Muy bien llevada, minuto a minuto, sin pasarse de la hora cuarenta y con una calidad técnica de planos adaptados al entorno sin forzar demasiado la vista en los momentos nocturnos de la película.
Una gran actuación de Melissa Leo, mujer que es madre, ama de casa, heroína y traficante de personas que no duda casi ni un instante en vender su alma al mismo diablo para vivir en su particular tierra prometida. Una escala de valores que suben y bajan constantemente y que introducen al espectador en esa atmósfera.
Tras su débil paso por San Sebastián en el año 2008, ha llegado un año después a nuestras salas de cine. Una cinta que nos recuerda a las de formato de serie B ( de las buenas) que se introducen en las tuberías heladas del infierno humano de una de las sociedades más conservadoras del mundo. Seria, seca, de buena pisada, que golpea muy fuerte. Frozen River se pasea por los límites que la sociedad moderna se empeña en no destrurir. Los internos y morales por una parte. Por otra, las líneas que separan un territorio de otro pero que están heladas por el mismo frío.