Crítica de la película Ahora sí, antes no por Iñaki Ortiz

La trama no importa


4/5
08/05/2016

Crítica de Ahora sí, antes no
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película

Hong Sang-soo vuelve a jugar a las variaciones. Cuenta dos veces la misma historia, con algunas pequeñas diferencias. Pequeñas en cuanto al argumento, en líneas generales. Muy distintas si entramos en el detalle.

Un director de viaje para presentar su película. Conoce a una chica. Se presenta. Se toma un café con ella. Etcétera. Si, al volver, el personaje contara a un amigo su experiencia, sería muy similar en una y otra versión. Similar en cuanto a los hechos y en cuanto a la impresión que el oyente se formaría de la historia. Quizá no tan similar en cuanto a las percepciones de quién la cuenta, de quién la ha vivido. El oyente, seguramente, se interesaría por los hitos argumentales, si hubo sexo, si se besaron, si han quedado en volverse a ver. Difícilmente captará los matices de lo que ha vivido quien cuenta esa historia, y de lo que ha supuesto para él, porque su experiencia es difícil de codificar en un argumento. Este podría ser un resumen de Ahora sí, antes no: un relato se define más por los detalles que por la estructura de la trama. La actitud de los personajes es distinta aunque utilicen palabras similares. El tono, el gesto, el momento.

Esta reflexión es aplicable directamente sobre la vida cotidiana -nuestras experiencias y cómo las relatamos- o sobre una filosofía más abstracta -la codificación de la realidad. Pero también tiene otra dimensión, relacionada con el relato artístico. Ahora sí, antes no, también nos habla de cine. Tomemos como ejemplo las dos escenas en las que los protagonistas empiezan a hablar. Aunque el escenario es el mismo y los personajes ocupan el mismo lugar -tanto en el escenario como en el plano- el tiro de la cámara es algo distinto. La primera vez, la cámara “mira” un poco más hacia ella, mientras que en la segunda está más girada hacia él. Aunque insisto, en ambos cosas, los personajes están más o menos en la misma posición del encuadre. Esta diferencia sutil nos prepara para prestar más atención y darle más poder a un personaje o al otro. Además, cambia algún detalle, por ejemplo, desde el segundo ángulo no podemos ver las manchas de pintura de ella. Desde esas manchas, hasta el contenido del lienzo (que en la segunda vuelta no veremos), todo en la primera historia se centra más en quién es ella y en lo que hace, mientras que en la segunda, es él quien tiene el acento, y al mismo tiempo, se nos muestra a un personaje mucho más seguro de sí mismo.

Los matices de interpretación de los actores son importantes, así como algunos cambios en los diálogos, pero es tan influyente o más la elección de los planos. La segunda historia tiene una composición más equilibrada, más estética, sin perder el naturalismo del conjunto. Un ejemplo claro es el plano del Buda, mucho más armónico en el segundo caso. La película funciona como un tratado sobre narración audiovisual, que es, al mismo tiempo y como comentaba antes, una reflexión que no se queda en la endogamia cinematográfica. Así, la película tiene un estilo natural de historia íntima, y al mismo tiempo, una reflexión académica. Ambas funcionan. Se puede sentir y pensar.

Hay también un contraste entre lo natural y lo estético. La manera en la que se representan los lugares y los momentos, tanto desde la fotografía como desde la dirección artística, tiende a lo natural, e incluso, a lo vulgar. Un restaurante de sushi no es un lugar idílico y exquisito, está lleno de feos carteles con el menú, se come en una barra de lo más mediocre, el plato está desordenado, la luz es muy normal. Lo mismo ocurre con la puerta del hotel, o con el templo, las casas, la ropa y todo lo demás. Esta película está ambientada en el mundo real, y el mundo real tiende a ser vulgar. Incluso feo, pero no de una manera rompedora, simplemente feo. Un coche asomando el morro tras el escaparate de la cafetería. Todo esa desmitificación de los mundos románticos idealizados propios del cine, ayuda a la identificación del espectador. Es fácil sentir un viaje como propio, al reconocerse en un hotel normal, en una cafetería corriente, en el primer restaurante que has encontrado. La historia, sencilla y sin grandes hitos, resulta asombrosamente cercana y reconocible, y todo ese naturalismo ayuda. Pero la trivialidad no esconde, solo disimula, unas sutiles decisiones estéticas que van jugando con el color, con el encuadre y con otros elementos que, sin romper la naturalidad de la escena, consiguen una imagen con personalidad propia y un estilo personal.

Ahora en la nieve



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