Ya van tres veces seguidas. A Sofia Coppola le interesa, y mucho, el tema del vacío en el lujo. En cada una de sus tres últimas películas (Maria Antonieta y Somewhere antes que esta) nos ha presentado personajes femeninos rodeados de lujo y esplendor, experimentando -o representando- de alguna manera el vacío. Los personajes de su última película no parecen estar tristes, de hecho, se lo pasan bastante bien, pero demuestran un vacío personal que es reflejo de una situación a mayor escala.
Es más un retrato social que personal.
Es tan significativo que estas jóvenes asalten coches y casas con la
tranquilidad de quien se va de tiendas; como que sus dueños se los
dejen abiertos sin preocupación, o que tengan la llave debajo del
felpudo para custodiar una casa repleta de objetos de valor. Es
significativo que Paris Hilton tarde cuatro asaltos en notar
que le han robado. El exceso, la incapacidad de entender el valor
material de quien lo tiene todo. Los ladrones son un reflejo viciado
de sus ídolos, que aprecian tan poco como ellos el valor económico
del botín, solo quieren parte de ellos, de su estilo de vida.
Coppola nos presenta un culto a la
imagen y la apariencia, que ya no es exclusivo de la clase alta o de
las grandes estrellas. La fama superficial se está democratizando.
En un tiempo en el que el talento no es un requisito para la fama y
en el que todos somos famosos en potencia -para mostrarlo nos
presenta fogonazos de páginas de Facebook donde, a menor escala, el
funcionamiento de la fama es el mismo. Si a esto le unimos la
obsesión americana por ser popular y la extrema competitividad que
alimenta esa sociedad, el resultado son los personajes protagonistas.
El chico no está acomplejado porque se considere feo, lo está
porque no es uno de los más guapos. Ser el mejor, siempre ha sido
seña de identidad de la sociedad americana, para bien y para mal;
pero cuando ser el mejor se convierte en un listado de marcas y un
contador de visitas, se pierde la perspectiva y todo termina
pudriéndose. Cualquier consideración ética queda pisoteada por unos zapatos de marca. Tampoco puede faltar otro de los rasgos clásicos de la
sociedad americana, la religión, que aquí se pone también al
servicio de la superficialidad y el triunfo de la imagen, con esa
especie de secta en la que participa la madre de algunas de las
chicas.
Para representar todo esto, la
directora hace lo que mejor sabe hacer: comprender este mundo -que en
gran parte ella ha vivido- y filmarlo desde dentro, con sus reglas.
Una excelente fotografía de Harris Savides, fallecido durante
el rodaje, y quien va dedicada la película, luminosa, lujosa, pero
fría y vacía. A veces iluminada por las luces de una discoteca,
otras por la luz del flash de un móvil que saca una foto que irá
directa a Facebook. Las imágenes del a red social se intercalan con
la nitided de un programa de televisión, algunos cortes parece
presagiar la pausa publicitaria. La luz del día inundando las casas
con el sol eterno de Los Angeles. A esto hay que unir la excelente
selección musical -punto fuerte de Coppola- con temazos de Kanye
West, M.I.A. o Can, entre otros. Juvenil, moderna y tan cool como sus
personajes. Rematando con un vestuario, que obviamente aquí es
clave, tenemos una historia que se puede contar sola, con sus formas,
aunque no tuviera un solo diálogo. Como ocurría en Spring
Breakers -The Bling Ring es la hermana pija de aquella- la
forma es puro contenido.