Somewhere es una película
certera, sencilla, minimalista. Se despoja de cualquier artefacto
sobrante. No ahonda en un desarrollo, no hay apenas historia, de
hecho, prácticamente toda la película se puede resumir ya en el
primer plano: un coche de lujo, rápido, potente, estilizado, la
encarnación del éxito; dando vueltas sin objetivo en mitad de un
desierto. Sólo busca transmitir eso, y se dedica a ello con gran
talento durante más de hora y media.
El gran éxito de Sofia Coppola aquí es conseguir transmitirnos una sensación de horrible vacío
sin apenas utilizar elementos narrativos para ello. Lo que nos
muestra son magníficas piscinas, hoteles lujosos, viajes a Milán,
sexo a todas horas con bellas mujeres, fiestas, fans, juegos... Ni
siquiera sus viejos amigos de la infancia le han dado de lado, ahí
lo tiene a su lado. Tampoco hay un rechazo familiar o cualquier otro
recurso que pudiera remarcar los aspectos negativos. Y sin embargo,
la percepción del vacío es implacable. La frialdad con la que nos
ofrece la directora este continuo carrusel de superficialidad. Los
largos planos que te obligan a mirar mejor. Esa imagen tan gráfica
del protagonista con la máscara, sin ojos, sin boca, sin rostro,
absolutamente alienado. Esa postal idílica en las tumbonas de la
piscina, que con el plano abriéndose lentamente va creando una
distancia que torna la felicidad en tedio. La hija pidiendo leche y un rallador a recepción para cocinar.
Coppola es la persona indicada para
adentrarse en los aspectos más íntimos de una vida de fama. Los
ojos de esa niña probablemente eran en gran parte los suyos. Esto
hace que la historia que nos cuenta no tenga excesos dramáticos,
grandes rupturas familiares. Sólo el llanto puntual de una niña que
no siente cerca a su padre. Sólo una respuesta de disculpa empañada
por el ruido descomunal de su éxito.
Quizá se echa de menos aquí la bella
estética hipnótica de sus dos primeras películas, a costa de una
necesaria frialdad, distancia y una obligada sensación de disgusto.
Una interesante novedad, es la gran capacidad de economía del
encuadre que demuestra en todo momento (como ejemplo, el plano en el
que al protagonista le llevan en coche y entra a una habitación
donde le espera una mujer, rodado todo desde el mismo punto) La
selección musical, como siempre, sigue siendo exquisita, con una par
de canciones de Phoenix, la banda de su marido que abren y
cierran la película siendo dos partes del mismo tema, que además
encaja perfectamente al inicio por su sonido de motor. Un tema de
Sebastien Tellier que como Phoenix, ya aparecía en la banda
sonora de Lost in translation. Y la inclusión impecable de
Julián Casablancas, entre otros grandes temas, algunos
clásicos.
Por último, no me quiero olvidar del
gran trabajo actoral, con un Stephen Dorff, que no sólo
consigue transmitir con exactitud su vacío interior, sino que
también se muestra muy creíble en su forma de comportarse con su
entorno. Aunque debo decir que la verdadera estrella de la película
es Elle Fanning con una naturalidad verdaderamente desbordante
y que, por cierto, se marca un patinaje sobre hielo impecable, todo
hay que decirlo.