Con Kim Ki-duk no hay términos medios: lo amas o lo odias. A las celebradas virtudes de la cinematografía coreana se suma la particular visión de este auténtico genio del séptimo arte. Sus universos oníricos y metafóricos en los que realidad y ficción se entremezclan de forma sutil, dejando mucho a la imaginación del espectador, constituyen una de sus señas particulares. Otras de sus características son la ausencia de diálogos, el uso reiterativo de las composiciones musicales o la utilización de entornos aislados por el agua. Con estos precedentes, quienes no le conozcan se pueden hacer a la idea de que se trata de un autor tremendamente original.
Bien es cierto que de un tiempo a esta parte el director parece haberse relajado, como demuestra el que algunas de sus últimas películas no hayan terminado de convencer en los certámenes en las que se han presentado. Es el caso de Time o Breath, pero de ningún modo se pueden olvidar otras maravillas anteriores como Hierro 3 o Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera, en las que Kim Ki-duk deja más patentes que nunca sus particulares formas estéticas y narrativas. A Dream le bastan dos solos actores para contar su historia. Estos son los jóvenes Jô Odagiri y Na-yeong Lee, que forzadamente tendrán mucha responsabilidad en el buen devenir de la película. Mucha atención a la fotografía, una de las señas de identidad del cine coreano y que con este director alcanza momentos de tremenda belleza. Solo queda cerrar los ojos y sumergirse en el nuevo sueño que Kim Ki-duk ha preparado para nosotros. Es un poeta de la imagen, en el más amplio sentido de la palabra.