Esta película me ha conquistado. Si bien es cierto que siempre tenía el resquemor doloroso de que volvíamos a las historias de la Guerra Civil, también tenía esa cierta garantía de público, de precrítica, de novela y de fe para con un film que algo debía de tener con Benito Zambrado por detrás.
Lo primero es lograr un drama potente, pero no por explosivo sino por extenso, con unas mujeres que acaban por enternecer a la vez que muestran la crudeza del día a día indefenso. El elenco de secundarias es puntilloso, descorazonador, apesadumbrado, y la pareja protagonista, las hermanas del alma (Inma Cuesta y María León), consiguen el contrapunto perfecto, eso sí, la niña graciosa y tontorrona se pasa de eso en los primeros momentos, más tarde lo suple con creces.
Después se nutre de simpatía, de un público convaleciente, que sufre con ellas y que se muestra a su favor, no tanto por el bando y por el mensaje claramente sesgado de la película que se podría recocer en la actualidad, sino por el generoso momento de interpretaciones en donde se puede uno meter de lleno en la impotencia máxima a lomos de una criatura que nos hace pensar ineludiblemente en el futuro, el que ya conocemos nosotros.
La voz dormida es una canción de cuna pequeñita en ocasiones, grande en otras, pero sobre todo es la cuna, el poso de ese momento, el lugar señalado donde ocurrieron las cosas y se tomaron decisiones que rompieron el país decantándolo para un único lado. Ese talante histórico es de agradecer.
Para más inri, la ambientación, la dirección artística es excelente. Las calles y costumbres, las ropas y los gestos, todos ayudan y empujan el debatir de escenas con el ímpetu de un trabajo bien hecho y conformado.
La nana está preparada para estalla en las fauces de un público receloso pero que creo acaba claudicando con la propuesta, una propuesta universal pero a la vez muy particular y concreta en los lares que nos pertenecen. Se trata de un film duro, tierno y a la vez bonito.