El regreso, eso es de lo que todo el mundo habla. Un regreso
geográfico (a la gran manzana, claro), pero también un regreso estilístico, a
sus comedias más frescas y propias. Se acabó, o quizá sólo se interrumpió, la
gira europea de Woody Allen, que ha
dejado resultados dispares, de los que hago una valoración de conjunto
positiva. Era el momento de buscar otros aires, de evitar un estancamiento
propio de un cineasta tan veterano que para colmo nos regala un trabajo por
año y que empezaba a fallar, necesitaba unas vacaciones. Pero ahora también es el momento de volver a casa, desempolvar sus viejos
trucos y rodar por las calles de su venerada Manhattan.
El protagonista, en esta ocasión, es el cómico Larry David, un elemento importante en
las sonrisas de los televidentes americanos. Seguramente funcionará de
maravilla en un papel que podría haber bordado el propio Allen hace 20 años.
Todo indica que el maestro vuelve a su terreno renovado,
después de unas merecidas vacaciones en Europa, con su humor en plena forma.
Vuelve a ese estilo puramente cómico de sus últimas películas en Nueva York,
pero olvidando los malos tiempos de Todo
lo demás.