Estamos ante lo nuevo de David Fincher y, a estas alturas, hay que esperar siempre lo máximo de él, aun cuando en alguna que otra ocasión ya le hayamos visto quedarse, quizá, a medio camino. Pero es Fincher. Es muy bueno. Y, sobre todo, elige raro, elige distinto, y en terrenos donde otros naufragarían él encuentra siempre algo interesante que ofrecer.
Ya lo hizo con el asesino del zodiaco, ya lo hizo con la extraña premisa de Benjamin Button. Ahora se atreve a contarnos los rifirrafes y movidas varias que se escondieron, esconden, tras la creación y auge de Facebook, la más popular de las redes sociales. Quien más quien menos, todos saben que aproximadamente ese es el centro de atención de La red social.
Lo que más me interesa es descubrir a Fincher en un terreno lejos de esfuerzos creativos muy dados a alardes como el thriller, o de historias que se presten a audacias técnicas-digitales. Está (aparentemente, y a pesar de Facebook) ante una historia humana, y es ahí donde quiero ver a Fincher en plena forma.
Mis expectativas son máximas.