Alguno dirá que es prejuicio, pero si
veo una película muda, en blanco y negro hecha en el siglo XXI
espero básicamente dos cosas: que la elección formal tan extrema
esté justificada y que el trabajo visual - a falta del resto- sea
muy potente. Obviamente, la comparación es fácil con la reciente y
exitosa The Artist, aunque si tuviéramos ganas de ahondar un
poco más hay ejemplos menos evidentes. Bien, como no tenemos ganas,
veamos el caso de The Artist. ¿Estaba justificada? Desde
luego, todo giraba en torno al mudo. ¿Y el trabajo visual qué? No
diría que una maravilla, pero al menos estaba bien plasmado, en
parte del mudo, y en parte de los musicales más tardíos.
Aquí no hay justificación ninguna, es
más bien un capricho sin demasiado sentido. No hay ninguna
coherencia con las formas del viejo mudo, porque la forma de rodar es
moderna -cámara al hombre, montaje rápido- y que nadie me venga con
que es mudo moderno porque se usan intertítulos que es algo de lo más
rancio. ¿Jugamos a la nostalgia o no? En cuanto a su capacidad
visual, hay grandes deficiencias. Aunque en la recta final, desde el
curioso plano expresionista de la sombra del toro y la silueta de la
madrastra, hasta el final, hay algo más de solidez visual; en el
resto de la película hay notables deficiencias. Encuadres simplones,
sin chispa, mucho vacío, y una aberración de montaje en las
escenas de acción -especialmente en las referentes al toreo. Quizá
mucho de esto se debe a falta de presupuesto, no lo sé, eso sería
comprensible pero en todo caso, el resultado es el que es.
La película, por lo demás, es
entretenida, con algunos momentos originales y un par de chistes
-pocos- que son graciosetes. Una banda sonora suficiente, aunque se
echa mucho de menos la opción inicial que era Alberto Iglesias.
Posiblemente así uno estaría deseando ir a la gira en directo -que
no seré yo quien diga nada en su contra, seguro que la película
gana en ese formato.
Lo mejor, una desatada y perversamente
sexy Maribel Verdú que le da vida a la película. Unos enanos
divertidos y modernizados: ya no es Blancanieves la que concina, sino
el enano travesti; ya no hace falta un príncipe, un enano vale como
cualquier patilargo. Una mujer torera: las tres Blancanieves de 2012
han sabido cuidarse solas. Y como digo, esa recta final, con ese
freakshow -aquí si nos acercamos a referencias más clásicas- que
está muy bien equilibrada. Un plano final con mucho gusto. Una pena
que el resto, a mi entender, no esté al nivel.
PD: Un detalle que las siglas de Blancanieves sean BN (Blanco y negro).