El juego moderno de la elección de la temática, de golpe y porrazo presentada como una pasional forma de sentir la frustración de un transexual, como no podía ser de otra manera, ahorra la singular caída de minutos tristes para lanzarnos en un sillón extraño sobre el humor quisquilloso y pedante de una señorita que notablemente bien actuada en la mayoría de escenas se muestra cínica y patética hasta el pronto lugar de ruptura.
La llegada de su hijo, como una losa que lleva durante la primera parte de road movie de andar por casa, deja entrever mucho más allá de su problema hormonal y viaja aunando ambos ámbitos en el terreno de un padre y un hijo olvidados que no saben comportarse. El despreciable sentir del chaval, que habría que coger con pinzas en muchos momentos, sólo se salva con la entereza que se muestra sin ánimo de morbo gratuito a un drama sexual que persigue a ambos pero sobre todo al chico perdido.
El final, con aires de telefilm casi barato, sencillo, poco espectacular, deja paso a su vez a una armoniosa lección de vida que consigue hacer llegar el mensaje de un mundo en el que una vez más no es lo más importante uno mismo.
Con cierto decoro en el apartado técnico, escondido en planos justos que liquidan el morbo visual, sin más pretensiones deja circular los acontecimientos sin estropearlos demasiado.
Gracias al humor y cierta dosis de realidad detallista se salva con nota amable.