Crítica de la película Mistress America por Iñaki Ortiz

Líderes de cartón


4/5
25/11/2015

Crítica de Mistress America
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película Noah Baumbach no se caracteriza por hacer películas redondas y Mistress America tampoco lo es. Hacia el final decae y pierde algo de su fuerza. No es redonda ni tiene que serlo. No es un cine que deba funcionar como un reloj. Al contrario. Como sus personajes, la película es imperfecta, fresca, algo desequilibrada. Baumbach nos cuenta pequeñas historias urbanas, situadas siempre en esa sociedad intelectual, muchas veces de forma más pretendida que real, que se mueve como pez en el agua por las calles de ese admirado Nueva York.

Como en Frances Ha, la película está cortada a medida de la muy carismática Greta Gerwig, la musa del cine indie –y pareja del director, todo hay que decirlo. La seguridad en sí misma y su capacidad de vivir a su manera, el halo de triunfadora que ha decidido las normas de su propio triunfo, la acercan al personaje de Adam Driver en Mientras seamos jóvenes, la anterior película del director; aunque Gerwig tiene esa capacidad incomprensible de hacer que el más insoportable de los personajes nos resulte adorable. De esta manera, Baumbach vuelve a contarnos otra vez una historia de personajes sobre los que proyectamos nuestros deseos vitales. Líderes de cartón, pagados de sí mismos, que sirven más como modelo que como figura real. Lo viene haciendo desde su primera película, Una historia de Brooklyn. Por supuesto, detrás de nuestra idealización, suele haber un ser humano que a veces hasta resulta patético. De la misma manera, esa figura del club de literatura, caricaturizada, que solo representa el interior de la protagonista, sus inseguridades, su camino, su logro de la autoestima. Cada elemento de las películas de Baumbach está ahí para que percibamos lo que el personaje siente acerca de él.

Retoma de Frances Ha un montaje brioso, aunque no tan atrevido. El ritmo del montaje unido a la vitalidad de Gerwig produce una sensación de alegría contagiosa. Más aún al rematarla con una banda sonora de esas que te alegra un día de lluvia, tanto por la selección musical como por la composición de Britta Phillips y Dean Wareham. La secuencia de los créditos iniciales es pura energía. Y por si alguien pudiera lanzar es crítica que nunca he entendido de “parece un videoclip” el autor ya se encarga de afirmarlo por boca de uno de los personajes.

Baumbach se está convirtiendo en un elegante retratista de la bohemia intelectual aburguesada de nueva york, con lo que, salvando las distancias, ocupa ese lugar que ha dejado libre Woody Allen. Humor ingenioso de gesto serio y un gusto por la mitología cultureta, al mismo tiempo que hay una mirada ácida sobre ese mismo gusto. Esa manera de admirar y mostrar el patetismo al mismo tiempo que nos obliga a mirar también para dentro.



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