Y al final, el descanso, que siempre viene bien. Para la clausura de la sección oficial del festival de San Sebastián se ha hecho esta elección. Después de tanta película que requiere una atención muy activa, o a veces todo lo contrario, viene de maravilla un entretenimiento agradable como este.
Es el último trabajo de Michael Radford, un director que es, para mi gusto, un tanto irregular. Por ejemplo, su anterior film, El mercader de Venecia, me resultó una interesante muestra de cómo no se debe adaptar una obra de Shakespeare. Otra adaptación suya que creo que se queda un poco floja es la del clásico de la ciencia ficción, 1984. Sin embargo, también es el director de esa bellísima película que es El cartero y Pablo Neruda.
La que toca ahora será una película dirigida con gusto, bien iluminada, cuidada en general aunque sin despuntar apenas. No es una película que busque el riesgo o la experimentación, desde luego, sino simplemente entretener con respeto a la inteligencia del espectador, crear un buen divertimento elegante.
Y para asegurar esta elegancia, lo mejor es tener a Michael Caine como protagonista. Ahora está siendo alabado en Venecia por su papel en la nueva versión de La huella. Hace poco le vimos como un estupendo viejo maestro en El truco final.
Y ella es Demi Moore, una actriz que está empeñada en remontar su carrera, bastante deteriorada una vez acabada su etapa de sex symbol. Hace poco lo intentó con la película coral Bobby, y ahora se embarca en esta película comercial con clase para intentar dejar claro que ella aún tiene mucho que decir.
Podemos destacar también la participación del francés Lambert Wilson, al que el lector recordará seguramente por su papel de Merovingio en las dos últimas entregas de Matrix. Le hemos visto en Private fears in public places.
Una película cómoda, para ver fácil, pero seguramente excesivamente convencional, innecesaria. Veremos. Creo que, en todo caso, una buena elección para cerrar el festival.