El planteamiento no ha cambiado. Wong Kar Wai ha seguido fiel a su estilo. Su cámara jugando con el tiempo, distorsionándolo, consiguiendo hacerte palpar texturas y acercándote peligrosamente a los sentimientos de sus personajes. El desamor, otra vez, vuelve a ser el gran motor de la historia, la cual nunca es redonda, la cual parece surgir sobre la marcha en el rodaje (mucho mas formal esta vez), pero siempre tan endiabladamente romántica.
Pero a que pese a todo sigue pareciendo igual, no lo es en realidad. Tras quince años con el mismo director de fotografía, Christian Doyle, el cambio por el francés Darius Khondji (Seven, Delicatessen), parece haber revitalizado los colores, consiguiendo una bella estética, pero que parece haber restado esa característica melancolía en las imágenes. Siguen siendo atractivas, pero no hipnotizan de la misma manera.
También resulta extraño que sean actores occidentales los que interpreten sus historias. Jude Law, desde luego no es Tony Leung, pero gracias a ese arreglo descuidado que gasta, en los momentos en los que consigue no sonreír está bastante aceptable. Norah Jones, pese a ser su primer trabajo, no desaprovecha la oportunidad, con un nivel muy decente. Natalie Portman, con el peso de la parte de la película menos agraciada, deslumbra con su luz pero poco más. En cambio, la no pareja formada por Rachel Weizs y David Strathairn, destacan de manera especial, con unas interpretaciones perfectas. Strathairn nos deja los momentos más desgarradores, como el policía alcohólico enamorado de su mujer a quien se niega a olvidar.
La música sigue teniendo un papel importante, pero no alcanza esos puntos cúlmenes como en otros trabajos suyos, aunque quiero resaltar, que hay un pequeño guiño encantador a Deseando amar, con una versión de Yumeji´s Theme. También hay otras pequeñas insinuaciones a anteriores cintas, como el tren de 2046 o el policía y la cafetería de Chungking Express. Y sigue prestándole especial importancia a los elementos que utiliza para narrar su historia, como las llaves guardadas dentro de un bote de cristal, que bien pudieran ser como las latas de piña.
El listón estaba muy alto, y desde luego, no lo ha llegado a superar. Pero ha vuelto a regalarnos otra experiencia visual embriagadora y una historia romántica, que aunque mucho menos complicada a lo que nos tiene acostumbrados, se ve mas que agradablemente. Un viaje del que cada uno, podrá sacar sus conclusiones.